Ya hemos comenzado a subir la cuesta de la Cuaresma. Una cuesta muy distinta a la de aquellos tiempos en que la significación de este periodo litúrgico era más severo, más recogido y más conocido por los fieles, que desde el Miércoles de Ceniza, sabían que el tiempo que vivíamos de camino a la Semana Santa era un lento andar en el sentimiento de la penitencia y de la misericordia, con los sacrificios establecidos por la Iglesia, como los ayunos, abstinencias, etcétera.

Hoy, los tiempos son otros. El sentido de la religiosidad popular mantiene esforzadamente la significación real de estos días en que el mundo actual, sordo y ciego a tantas cosas del espíritu, olvida lo que la Cuaresma, digamos Santa Cuaresma significa en las devociones y obligaciones de nuestro sentido católico de fe.

Cierto es que la Iglesia, en su aggiornamento de nueva época, al calor del último Concilio, ha suprimido y adecuado ciertas obligaciones de antaño, pero la gran masa del pueblo nuevo, niños, juventud y adolescencia más los adultos en buen número, necesitan, dentro del marco de nuestra religión, elegida libremente, conocer, saber e ilustrarse en estos días de preparación que nos llevarán a los católicos, practicantes de nuestra fe, al triunfo de la Resurrección, tras los días de meditación, de una semana, santa en los cultos de los templos y en esa manifestación tradicional, que ya pasa del medio milenio, de la protestación pública de nuestras creencias, devociones y fe. El movimiento de sentimientos devocionales transfundidos al amor a los titulares de nuestras cofradías y hermandades, son hoy una bandera fuerte que se levanta entre las olas de un mar embravecidos de negaciones, abandonos y frialdad espiritual que invade a la sociedad actual, víctima de una confusión ideológica que pretende no apartar, sino acabar con esa conciencia religiosa cristiana de nuestro pueblo.

Dentro de poco, nuestros templos se llenaran de los pasos que las hermandades y cofradías preparan para sus desfiles penitenciales de la Semana Mayor.

Y las imágenes más queridas, veneradas en los siglos y vivas en la expresión de la Pasión, dentro de nuestros corazones, serán de nuevo el recordatorio catequético de los sufrimientos y de la muerte de un Dios hecho hombre por nuestra salvación.

No dejemos que la Cuaresma sea sólo una palabra o una significación de un tiempo litúrgico. Hagamos que estos días sean, como deben ser, de preparación para lo que aguarda cuando un Domingo de Ramos abra las puertas de la Semana Santa de una Huelva fervorosa y llena de sentido devocional.

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