Cuarenta años

En general, hay un creciente populismo en un buen número de alcaldes de todos los partidos

Cantaba Carlos Gardel que veinte años no es nada. Si es cierto, entonces cuarenta es apenas un poco más de nada, lo transcurrido desde que se celebraron las primeras elecciones municipales tras el final de la dictadura franquista. Históricamente es así, abarca muy poco tiempo, pero si lo consideramos a nivel individual ya eso es otra cosa muy diferente, lo que resulta muy evidente. Aquellos que vivimos esa etapa con plena conciencia constatamos plenamente que la realidad de nuestras ciudades y pueblos ha cambiado grandemente para mejor, aunque no pueda decirse en todo. Los ayuntamientos, como primer eslabón de contacto de los ciudadanos con las instituciones públicas, cumplen más eficientemente el papel que tienen encomendados y, si bien se descubren a veces zonas turbias u oscuras, la transparencia en la gestión ha ido en aumento. Todo esto, junto con otras cuestiones, hay que valorarlas positivamente. Sin embargo, también ha habido transformaciones en las estrategias políticas tanto para cuando se pretende obtener el sillón consistorial como cuando se procura permanecer en él. En las elecciones municipales de 1979 nos inundaba -salvo excepciones que, por supuesto, las había- un optimismo ingenuo de no te menees. Nos creíamos que la democracia permitiría solucionar prácticamente todos los problemas o, cuando menos, que en caso de que no fuera así, se encontrarían cauces de entendimiento mutuos entre dentro de los propios partidos y entre ellos. La verdad es que no se tardó mucho en comprobar que esa era una creencia falsa; había problemas duros o irresolubles y no siempre se quería llegar a consensos o acuerdos. Lo importante era ganar en la siguiente convocatoria y en las que vinieran. En definitiva, conseguir votos y más votos como fuera, y eso ha llevado y lleva, en general, a un creciente populismo en un buen número de alcaldes de todos los partidos, tanto que las actuaciones y manifestaciones de más de uno de ellos hacen recordar, con la conveniente adaptación, los versos de Lope de Vega en su Arte nuevo: "Como las paga el vulgo, es justo /hablarle en necio para darle gusto", que lo escribió cuando se empezó a cobrar al público para que pudiera presenciar las representaciones teatrales. A los citados siempre les cabe apoyarse, para justificarse cómodamente, en tradiciones, formas culturales y similares. Queda bastante por corregir y avanzar. No es suficiente con lo logrado y, para eso, nada más idóneo que potenciar nuestro pensamiento crítico.

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