Faena gorda la del bichito en general y en particular para el fútbol según estamos viendo. La globalización trae este problema entre otros muchos y mientras hay expertos que le quitan hierro al coronavirus, la división de opiniones es tan grande que la sombra del fútbol a puerta cerrada revolotea sobre nuestras cabezas. Sombra fantasmal que ya se posa en el Valencia y en el Getafe, pioneros españoles entre los damnificados.

La alarma italiana ya tiene efectos colaterales y si vemos cómo el Valencia ha de afrontar sin público la operación remontada sobre el Atalanta, los de Bordalás han de encarar el primer asalto con el Inter sin público en el Coliseum. Perjuicio irreparable, tanto en lo económico como en el ambiental, y lo que te rondaré, ya que esto no parece más que la punta de un espantoso iceberg que asoma cada día un poquito más, por lo que el futuro se hace insondable.

Camino de convertirse en pandemia, el coronavirus se ha erigido en enemigo número uno para cuantas aglomeraciones tengan efecto. Las prevenciones se multiplican y cuando eso ocurre, los palos de ciego proliferan. Y en este estado de cosas, en Nervión se reza porque no haya trasvase de enfermos de la Lombardía y el Véneto a la capital. Y es que un contagio en Roma tendría un efecto colateral ciertamente dañino para lo nuestro, pues cuando las barbas del vecino ves cortar...

Y si nos salimos del ámbito local para volver al universo fútbol, nadie puede asegurar nada de lo que vaya a pasar de aquí a que se encuentre el antídoto del puñetero bichito. La paralización masiva de competiciones es una espada que pende sobre la nuca del fútbol. Los problemas globales son inescrutables y lo que empezó en el Lejano Oriente ya ha llegado a Mestalla y al Coliseum, conque abróchense los cinturones que a ver quién sabe cuántas serán las curvas.