Coripe, un espejo

El ultranacionalismo catalán se rasga las vestiduras porque en un pueblo andaluz se rían de la estampa de Puigdemont

Si la cara es el espejo del alma, me hubiese gustado ver la de Meritxell Budó, la portavoz del gobierno de la Generalitat, cuando el miércoles intentaba mostrar la cólera de su jefe Qim Torra por el atentado contra la dignidad de Cataluña que se había cometido en Coripe. En este pueblo de la sierra sur sevillana de 1.300 habitantes, con alcalde socialista, es tradición desde hace un siglo disparar con postas y quemar a un Judas el Domingo de Resurrección. El judas es un muñeco que representa a un personaje antipático, en opinión de un grupo de madres de la AMPA del colegio Irippo [ciudad en turdetano], que es elegido para burlarse de él en una fiesta considerada de interés turístico desde 2011.

Ese comité de selección sometió a la misma guasa en ediciones anteriores a políticos como Aznar, Rato, Tony Blair o Felipe González, y a personajes como Iñaki Urdangarín. Por si hacía falta entenderlo, el alcalde ha dicho que se trata de una parodia, una broma, una sátira… Pero resulta que en las filas independentistas el sentido del humor es escaso y no le han visto la gracia al asunto, salvo en el espacio Polonia de TV3, para poner por cateto al alcalde.

Por el contrario, el ultranacionalismo catalán se ha rasgado las vestiduras. El diputado Rufián lo ha calificado de salvajada, hubo pintadas en las sedes del PSC, y Budó, extrañada de que ni la Fiscalía ni la Abogacía del Estado hayan intervenido de oficio, ha anunciado una denuncia por delito de odio y discriminación. Es enternecedor que quienes hacen una fiesta de la quema de fotos del Rey tengan la piel tan fina. Hace un año se regocijaron de una sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que aceptó el recurso de los dos jóvenes condenados en España por injurias a la Corona por quemar una foto de los reyes en 2007 en Girona, en una protesta por la visita a la ciudad de Juan Carlos y Sofía.

El soberanismo catalán tiene dos componentes: el supremacismo y el victimismo. Puigdemont considera que él tiene todo el derecho a ir por el mundo diciendo que España es un estado franquista, sin libertades. Pero si en un pequeño pueblo andaluz se ríen de su estampa, el hombre se indigna. En twitter ha escrito que normalmente respeta "las muestras de ironía y sarcasmo", pero que lo de Coripe le llega al alma "por dignidad personal y por decencia democrática". Y, sin embargo, lo de Coripe es un sencillo espejo que estos paisanos han puesto al ultranacionalismo catalán, para que vean cómo se sienten en el resto de España cuando se denigran los símbolos del estado. Allí, además, ocurre en serio y sin gracia alguna.

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