Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Corazón de cristal

Es costumbre bautizar a las generaciones, con juguetón criterio demográfico: a la postre, se trata de personas que nacen y viven en la misma época. Poco se habla ya de la generación del trauma, de la emigración y la pobreza de la posguerra española, llamada silenciosa: aquellos niños quizá fueron felices; muchos, no. Más comentario dieron las siguientes. La de los baby boomers -¡presente un quinto de siete y un quinto de mili!-, la de los muchos nacidos en paz entre los 50 y los 70. La X, de la época de la Transición, que buscaba éxito profesional. La de los millennials, entre los 80 y los 90, digitalizados de suyo, tendentes a la frustración. Vino luego la Z, criada sin retorno en el torbellino ya brutal de internet: de ellos se dice que son irreverentes, nada malo. A estas taxonomías sociológicas tan tópicas escapan los ricos, los genios, los excéntricos, los altamente talentosos, los suertudos, también los muy desgraciados. Pero no escapan tanto: somos alma de nuestro tiempo y la compartimos con nuestros coetáneos.

Surge la Generación de cristal. A lo mejor usted es padre o abuelo de alguno de sus miembros, o tú eres parte de esa cohorte. Te hablaré a ti, improbable lector de 20 años. Estás más viajado que tus padres: Ryanair y Erasmus ayudaron. Te es natural la variedad sexual, no te gusta la palabra 'maricón', y menos de la boca de tu padre, aunque, en este asunto de las fobias y la mano larga, varios en tu colegio son tan cabrones como cualquiera de tus mayores más emborricados. Se te atribuye fragilidad, ser vulnerable, depresivo sin causa, reacia a la lucha. Blondie, sin saberlo, os cantó Heart of glass sin saberlo.

Recuerdo ciertas actitudes de los amigos de una muchacha con la que comenzaba a salir, correrían los primeros ochenta. Varios rasgos entre ellos me daban curiosidad, y una frase: "Iván está mal", se decían ensombrecidos, solidarios (esa palabra no se utilizaba mucho). Iván -o Tatiana- no estaba enfermo ni tajado, sino que se regodeaba en la melancolía, con algo de pose. Eran chicos de un colegio privado, laico, de izquierdas, donde abundaban los hijos de padres separados, algo poco habitual si no eras riquito; el divorcio popular eclosionaría poco después. La gauche divine. La única coincidencia morfológica con mi colegio era la pertenencia a cierta burguesía regional; de otro aire, eso sí. Lanzo una hipótesis: la Generación de cristal bien puede ser frágil por una cuestión de desarrollo económico y social. Tomémoslo así, es domingo. No caigamos en la idealización de nuestra cándida adolescencia: la vigente también lo es: ¡Es el contexto, estúpidos!

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