Visiones desde el Sur

Concordancias

El PP no podía estar, después de la sentencia judicial, ni un minuto más en el Gobierno

Conocí a Eladio Salichat en el amanecer de la pubertad, en ese tiempo en que la rosas parecen rosas -aunque no lo sean- y los nardos nardos. En aquellos albores de nuestras vidas, Eladio parecía que fuera a consagrar su vida al encauzamiento de almas distraídas, dado que su apego y fijación por los menesteres eclesiásticos era evidente; al menos, así lo llegó a confesar en repetidas ocasiones.

Es sabido que en esta vida ha de existir de todo y cada cual es libre de elegir el destino que desee o que pueda, por ser más preciso en estos tiempos de vendavales y tropezones, de inhabilitación de principios o de ausencia de valores.

Me he topado con él en un vagón del Metro de Madrid. No sé cómo nos hemos reconocido; quizá por el brillo pícaro y como de complicidad que han desprendido nuestras pupilas: posiblemente lo único que tenga algún parecido con lo que fuimos otrora.

Eladio me contó, en el breve trayecto que anduvimos juntos, que se alejó de "aquello" -así lo ha dicho-, después de haber leído a Milton, a Goethe y, sobre todo, gracias a un relato de Pessoa llamado La hora del diablo.

En dicho relato el maestro portugués sitúa en el proscenio literario a Satán y a María, una mujer cualquiera, una esposa corriente, embarazada de pocos meses, que asiste perpleja a la aparición de un heterodoxo Fausto pessoano.

Eladio dijo que en la lectura de los autores citados encontró una razón devastadora que apagó la lumbre que empezaba a germinar en su persona: que la existencia de Mefistófeles, Satán o como quiera llamársele al tal sujeto en cualquier religión, es un elemento imprescindible para la existencia de los dioses. Que el mal, como tal, en sentido estricto, es solo una panoplia ideada por los oráculos de cualquier época y lugar, con la que nos mantienen amordazados mientras vivimos.

Ayer comenzó en España la singladura de un nuevo Gobierno liderado por un presidente resucitado de los infiernos. Tanto en su partido, y no digamos ya fuera de él, lo habían enterrado antes de tiempo. Pero no, no lo estaba. Eso ha quedado demostrado. Deseémosle suerte en su cometido por el bien de España.

Y digan lo que digan los compañeros de viaje del anterior presidente, el PP no podía estar, después de la sentencia judicial, ni un minuto más en el Gobierno.

Es evidente que Eladio Salichat no existe, que esto es un cuento. Pero, como muchos cuentos, tiene el don de asemejarse a la realidad más de lo que a priori pudiera imaginarse.

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