Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. Eso dice la Constitución. Aunque muchos de los que dicen defenderla y que se abrazan a ella con fervor patriótico no han leído este artículo. O prefieren obviarlo. Reeducación y reinserción son palabras muy lejanas de lo que esta sociedad parece esperar de nuestras prisiones. Mejor venganza, mano dura, cadenas perpetuas y ese tipo de cosas. El ojo por ojo, el que la hace la paga, y el que se pudran, en lenguaje más popular.

Ni siquiera desde el argumentario de la seguridad se puede justificar esa dureza en la aplicación de la pena privativa de libertad: está demostrado que las sociedades que se ensañan más con sus presos no necesariamente son más seguras. Pero no es esa la cuestión. Más bien la pregunta sería si queremos ser compasivos con aquellas personas que en determinado momento cometen un crimen, atentan contra la sociedad. Muchos lanzan ante esta pregunta un no rotundo, y empiezan a desplegar crímenes horrendos para justificarse. Aunque la mayoría de las personas condenadas a prisión en nuestro país lo están por delitos contra el patrimonio y la salud pública.

Hace unos días un preso de la cárcel de Huelva, después de pasar 20 años entre rejas, intentó suicidarse para no tener que volver a la calle. Institucionalización se llama eso. Y no es el único: al parecer otro preso que estaba terminando su condena también trato de suicidarse hace pocas semanas por sentirse incapaz de enfrentarse a la vida en libertad. Ambos casos ponen en evidencia a Instituciones Penitenciarias, y suponen un estrepitoso fracaso en el cumplimento del artículo 25 de nuestra Constitución.

Pero lo que realmente es un fracaso como sociedad es que para demasiadas personas la vida de nuestros presos no merece nuestra atención. Preferimos que sigan en los márgenes, que las condenas se prolonguen, que vivan en la peores condiciones posibles, señalados para siempre, convictos de por vida.

Esta sociedad odia a través de sus prisiones, las entiende como una herramienta para el revanchismo. Ya digo que palabras como humanidad, compasión o reinserción no son sinónimos de cárcel. Y eso nos hace peores como sociedad. Lo primero que tendríamos que hacer es acercarnos a nuestras prisiones, conocer sus datos, su compleja realidad, las personas que las habitan, los porcentajes de delincuencia, las tasas de reinserción. O tachar el artículo 25. Pero eso sería, creo, inconstitucional.

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