CRÓNICAS URBANAS

Alberto / Laborda

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ATENAS es una ciudad inmensa, ruidosa, contaminada, de color gris y muy ardorosa. Si algún día aterrizan en ella y quieren usar sus taxis, comprenderán enseguida mi último adjetivo. Tiene algo más de cinco millones de habitantes y creo que casi un millón de ellos procede de Albania.

Lo primero que debe resaltarse de Atenas es la extraordinaria belleza de la Acrópolis, la ciudad antigua fortificada. Observar desde un restaurante cercano y por la noche la iluminada silueta del Partenón, marcada con autoridad por el cielo oscuro, es realmente maravilloso. En la falda de la Acrópolis, el Ágora, o sea, la plaza y el mercado. Al ver el nítida silueta del templo dórico dedicado a Atenea, me acordé de la última vez que vi el perfil pétreo de Colón que la escultora Whitney legó a Huelva. Dirán ustedes que son dos cosas muy distintas y tienen toda la razón. Lo comento para poner de relieve que hay rincones urbanos que en según que momentos nos hacen sentir de una manera especial. Cuando los percibimos (no siempre ocurre), una extraña emoción nos embarga y sentimos que estamos en el centro mismo del universo.

Después de visitar la Acrópolis así como el Museo Nacional de Arqueología, la colina Licabeto, el Estadio Olímpico, el mercadillo de Monastiráki y pasear por el barrio Pláka, uno se adentra en la ciudad moderna, una especie de "alfombra" gris de un grueso de planta baja y cinco pisos que cubre un área inmensa que conecta las bellezas mencionadas con el puerto del Pireo en el mar. Contrariamente a lo que pasa en Barcelona, que su lectura histórica es clara (Barcino, medioevo, ensanche, Exposición Universal, Olimpiadas y Forum), en Atenas no hay un urbanismo de ensanche positivo que nos ayude a entenderla. Sin embargo, descubro el diseño positivo de unos espacios públicos que después del acontecimiento olímpico de hace algunos agostos se han incorporado a la ciudad. Volviendo otra vez a la "alfombra" gris, debo decir que es extraordinariamente compacta. Sus calles son demasiado estrechas o bien los edificios que las conforman son demasiado altos. Camino por esta ciudad olvidándome de cierta arquitectura aburrida y observo su divertida vitalidad humana. Al bajar por la calle Tsakalof, siguiendo su agradable pendiente que nos lleva a la plaza Kolonakioy, es bueno quedarse en uno de sus restaurantes, y después, disfrutando de la agradable actitud humana que allí impera, tomar café al aire libre en la mencionada plaza.

En Atenas, se puede parar un taxi incluso cuando éste está ocupado. El taxista para y pregunta, y si nuestra dirección es similar a la de los pasajeros que van dentro, uno se incorpora y comparte taxi. Yo paré a más de veinte para ir al aeropuerto. Durante un buen rato pensé que perdía mi avión de retorno a Barcelona; al final, uno se detuvo y supongo que, al ver a un extranjero desesperado con muy poco equipaje, sintió lástima y me llevó. Un final feliz con cierta dosis de angustia.

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