la firma

Antonio / Fernández Jurado /

Comienza el ¿espectáculo?

LA pregunta del encabezamiento no es banal. Responde a lo que vamos a vivir en las próximas fechas y al bombardeo de movimientos, noticias, imágenes, propuestas,… unas, directas y limpias; Otras, subliminales -por ser suaves y no calificables de manipuladoras y falsas-, irónicas o de doble intención, que vamos a recibir.

Y es que las campañas electorales buscan esa función movilizadora que la actividad política cotidiana difícilmente suele conseguir. Es mucha y amplia la bibliografía generada por los expertos -sociólogos; psicólogos; comunicadores- en relación al valor de las campañas y de las que podemos extraer, sin ser exhaustivos y aludiendo a la propia experiencia, que su valor es bastante limitado respecto a un teórico cambio de posición del elector y que ronda, a la baja, el cinco por ciento, lo que en determinadas circunstancias y con nuestro sistema electoral, puede resultar determinante, máxime en los niveles de igualdad en los que parece nos estamos posicionando en Andalucía. Lo que sí parece cierto es su influencia en el estímulo participativo, lo que supone una profundización en el compromiso con la democracia, por otra parte, tan fundamental y necesario, más aún, en estos tiempos de crisis y desánimo social.

Por tanto, movilización, limitación del impacto sobre posiciones predefinidas y, actualmente, una clave: los medios de comunicación. La imagen y los elementos audiovisuales sí pueden resultar decisivos para la voluntad del ciudadano, junto con las tendencias demoscópicas, esto último, en el manejo del llamado voto útil y la abstención.

Pues bien, ahí, en la imagen y las actitudes en las comparecencias televisivas, en los debates, en las ruedas de prensa…, aparece el espectáculo y, lamentablemente, la prevalencia de las técnicas telegénicas, el lenguaje no verbal y la capacidad escenificadora de los candidatos, se imponen sobre los contenidos de sus discursos. Lo superficial domina sobre lo fundamental con lo que la función informativa y programática quedan en segundo plano y la función movilizadora inherente a la campaña queda supeditada a las habilidades y aciertos de los asesores de imagen y la disciplina interpretativa del candidato, con lo que la fiabilidad es cuestionable y la credibilidad se resiente. Por ello, pediría rigor, honestidad, limpieza y veracidad en los debates y comparecencias, si no, podríamos confundirlos con un "guiñol". Ese, si es, en verdad, un espectáculo.

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