Con quejas y buenos propósitos transcurrió el primer día de clase (atractivo para unos y terrible para otros), en el que el alumnado de Primaria hizo su entrada triunfal en el cole. No, no lo hicieron "con su espada de madera y zapatos de payaso a comerse la ciudad", que diría Joaquín Sabina, como banda sonora del principio de curso. Esta espada sería láser, con luz y sonido, a modo Star wars, y preferirían zapatillas Nike a las de payaso por divertidas que éstas sean. Lo más difícil, por tanto, será arrancar el curso con esa actitud de "comerse el colegio" (espero que Sabina me permita esta licencia, a fin de cuentas, una escuela es una ciudad en pequeño), porque supone una carga de valor e ilusión y desarrolla una actitud situada en las antípodas de la rutina y del aburrimiento. Si el profesorado no consigue entusiasmar a ese alumnado no le será fácil el conseguir que lleguen a aprender los conceptos y procedimientos que sean útiles; es decir, "apaga y vámonos". De ahí que se considere tan relevante, y al mismo tiempo imprescindible, el trabajo del profesorado. De hecho, detrás de un buen alumno, suele haber un buen maestro o maestra.

Este curso da comienzo con los obstáculos consabidos además de los originados como consecuencia del Covid. Como justificación, (siempre se encuentra una buena coartada), podría citarse que la legislación es imperfecta, que se apoya en una administración algo fulera y que cuenta con un profesorado más anodino de lo deseable… pero tampoco es solamente esto, va más allá. Son muchos los factores implicados en el desarrollo de la educación, de ahí que resulte habitual el cometer errores. En cabeza del hit, aparecen las personas expertas en educación. En España, todos se consideran capacitados para sentenciar sobre la metodología, la evaluación o la formación del docente. Un agricultor conoce el campo, un abogado los pleitos o si es ingeniera, la tecnología, pero resulta que también son especialistas (por lo visto) para juzgar los deberes del niño o los libros de texto. En segundo lugar, el maltrato a la educación por parte de los 'predicadores' que, aunque son cortos de vista, llevan meses y meses escudriñando la Lomloe para advertir, perversamente, que se intenta adoctrinar a los niños dedicándose, sin éxito, a formular y difundir un malicioso discurso con la clara intención, ironías de la vida, de adiestrar pero a su manera. Atentos al nuevo curso porque "una persona es lo que la educación haga de ella", decía Kant.

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