Enhebrando

Manuel González Mairena

De Colombinas

Los de aquí sumamos años y conciertos y ahora soy yo a quien los grupos de jóvenes miran como algo rancio

PARA un adolescente que pasaba sus veranos en la capital, la llegada de estas fechas suponía un paréntesis a la realidad. La ciudad que el grupo de amigos recorríamos en bicicleta como si de un decorado abandonado de películas se tratara volvía a recobrar una enérgica actividad. Los bares y aceras con gente y de nuevo se llenaban las zonas de aparcamiento que en muchos casos habían quedado como un carril extra de la calzada. El tráfico aumentaba exponencialmente y nuestras madres insistían aún más con su “ten cuidado” si nos disponíamos a pedalear para deambular de un lado para otro. Quedábamos con quienes estaban aún en la costa o en el pueblo de sus abuelos pero hacían un lapsus colombino y nos contábamos cómo nos iban las vacaciones, las peripecias de julio y los amores confesables. 

Para la noche quedaríamos en la portada a la hora convenida, “en el arco de la derecha”. “¿Pero la derecha mirando desde dentro o desde fuera?”. “Desde fuera, a la derecha mirando desde fuera”. Ahí se abría una isla de luces. Un paseo entre algodones de azúcar y peluches de tómbolas. Una elevada competencia de los sonidos de las casetas, hamburgueserías ambulantes, cacharritos, los sorteos con sus gritos de azar, y el vociferio del gentío acumulado. Pararíamos en alguna caseta, habitualmente en la de alguna hermandad donde algún conocido estuviera de voluntario atendiendo a las mesas. Si coincidía con el turno de Juanma y Carlos en la suya aún mejor porque nos aseguraríamos el mayor número posible de pececitos de melocotón flotando en nuestro ponche. Cuando el concierto del día nos llamaba la atención, allá que íbamos. Tener la oportunidad de ver en directo y gratis a un grupo o solista de moda que te gustara era una opción poco desdeñable. Es verdad que algunos días tocaba el turno de folclóricas o nombres que poco nos encandilaban, a los que su momento álgido ya pasó, pero en una programación abierta debe haber para todos los públicos. Lo relevante es que con el paso de las ediciones, estos carteles han ido creciendo y creciendo, atrayendo a gentes que no habían pisado nunca las Colombinas, quizás tampoco la propia Huelva. Los de aquí hemos ido sumando conciertos y años, y ahora soy yo el que me posiciono frente a los grupos que los más jóvenes miran como algo rancio, ensimismado por esa banda sonora de uno mismo -al tiempo que desdeño algunas novedades-. Lo que no cambia es que llegaremos a casa con cierta dosis de alegría y tierra en los zapatos.

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