Nueve de cada 10 españoles consideran que la política del país está demasiado enrarecida, y cuatro de la decena opinan que Pablo Casado es uno de los principales atizadores. Lo explica el CIS, desacreditado desde dentro para estimar el voto, aunque refleja muy bien estos estados de ánimo. Sí, ya hubo veces en que la política española se hizo irrespirable: los últimos meses de Adolfo Suárez, los años postreros de Felipe González, la última legislatura de Aznar y la primera de Rodríguez Zapatero. El escenario es un campo de trincheras, el debate es pobrísimo y los actores se ven acompañados de periodistas cizañeros de decibelios revolucionados. Pablo Casado sostiene que Susana Díaz lleva a en sus listas a "Sánchez, Iglesias, Torra y Otegi"; Juan Marín, aliado hasta la semana pasada, le pide a la presidenta que "haga las maletas" porque 37 años de corrupción son demasiados, y la candidata socialista parece que goza con los insultos ajenos, van cayendo como pajaritos. Fueron los filósofos griegos, los que vieron nacer la democracia, los que alertaron contra sus males congénitos, de los que la demagogia es el peor de ellos. Éstos de ahora son demoicidas. ¿Cómo van a creer en ellos si son ellos los que peor opinan de ellos mismos? Sólo los poetas hablan tan mal de sus propios colegas, pero, al menos, lo que escriben es bello.

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