Los pensionistas que han salido a la calle han conseguido lo titánico: sacar a Rajoy de su zona de confort. Y esta vez no puede apelar ni a los jueces ni al Constitucional ni a a ley, le incumbe a él y a su Gobierno. En España hay algo más de ocho millones de pensionistas, y aunque el grupo es de lo más heterogéneo, han dejado de ser esas clases pasivas que sólo esperaban una bonita esquela. Buena parte de la movilización de la Asamblea Nacional de Cataluña se ha debido a que está integrada por cuadros jubilados, o prejubilados, de importantes empresas del país. Están formados, tienen salud y, sobre todo, mucho tiempo; son personas comprometidas que, además, ya se han liberado de las esclavitudes logísticas de la vida, ni hipotecas ni contratos laborales de los que depender. Constituyen una nueva clase política, con diferentes ideologías, sí, pero que en determinado momento pueden hacer una causa común. Pero la escasa subida anual de las pensiones no es un problema ni tan importante ni tan urgente como lo que se esconde bajo el iceberg, que es la insostenibilidad actual del sistema de pensiones. Y esto no se arregla, tal como pregona Rajoy, con un millón más de empleo que sólo llegarán en el momento álgido del ciclo económico. No, el primer pilar del Estado de bienestar requiere una gran reforma, clases pasivas seremos todos.

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