Para Huelva la esencia del arte taurino siempre ha estado en las vivencias de sus recuerdos más queridos. Decía una poesía onubense, inspirada por un gran alcalde de la ciudad de los años cincuenta, que Huelva era brisa, era arte, era terno de azul y plata, y cuando brindaba la faena en la plaza descubría su montera, imagen de los cabezos señoriales que rodean la ciudad. Hoy, este sencillo comentario, siempre lleno de sabor choquero, deja oír un clarín de gloria en el cielo de un barrio que es esencia taurina de nuestra historia: el de San Sebastián. Un 18 de febrero del año 1926, cuando Huelva vivía todavía los sabores de aquella hazaña aérea que había sido el vuelo del Plus Ultra, el sonido vivo y alegre del clarín, se rompió en un quebrado gemido, acompañado de las lágrimas que el dolor de la noticia había producido, primero en la ciudad y después en todo el mundo de la tauromaquia: Manuel Báez Gómez, Manolito el Litri para nosotros moría víctima de una cogida en la Plaza de Málaga. Nunca olvido la fecha, en este mes de aires carnavalescos, recordando a una figura, olvidada muchas veces, pero con fuerte raíz de arte y gloria local. Una figura que llevó el nombre de Huelva por el mundo difícil y arriesgado de los toros. Un torero de saga valiente, nacido en ese barrio popular, ya cambiado en el tiempo, a la sombra de la espadaña de San Pedro, en la cercanía de aquel Cementerio Viejo, y en la casa, frente al altillo, donde jugábamos de niños saltando su baranda de hierro, junto a tabernas y huertos que dieron peculiaridad al lugar. En el aire onubense siempre estará el nombre de Manolito Báez 'Litri', con la imagen de aquel torero que ponía los tendidos de pie y que entraba a matar como nadie. Aquel 18 de febrero, la muerte rondó su arte. La triste y fría guadaña le cortó la vida en cuernos asesinos en busca de presa, en ansias de sangre. Allí acabó una vida y comenzó una leyenda que había comenzado años antes. El clarín de la gloria anunciaba como se había truncado y marchitado un clavel de juventud valiente, dejando la sangre en el ruedo, como firma de una pasión desbordada en tan peligrosa profesión.

Hoy, se nos viene a la memoria como cada año la Tertulia Litri, del barrio de San Sebastián, organizaba veladas en recuerdo de torero, la misa en San Pedro por su alma, las reuniones en la tertulia mantenidas tantos años por José Cano Rincón, Peguero, García Ramos y tantos otros depositarios de un recuerdo imborrable, con visitas al cementerio de la Soledad donde reposan los restos del torero, custodiados por el frío silencio de un ángel de mármol, poniendo dolor en el camposanto onubense. Estoy seguro de que muchos también recordarán en esta fecha la estela luminosa de un hombre que continuó la estirpe torera de Huelva y que al paso de los años, dejó escrita con sangre su amor a esta ciudad y ese barrio que para siempre llevará en su cielo toda la gracia torera de la tierra y todo el cariño de una ciudad que le ofrecerá su recuerdo anual. Hoy, la montera está caída en la arena del silencio de los años y en nuestro corazón una oración sube al cielo por aquel paisano, choquero y artista valiente.

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