Ciudad de obras

No se percata uno de las incomodidades que traen las obras públicas hasta que se las plantan en la puerta de su casa

Desde el balcón, la calle estrecha se nos aparece como un río de arena y cascotes a modo de riscos, sobre los que serpentean de un extremo a otro de la calle pequeñas pasarelas azules, a modo de improvisados puentecillos como si de una Venecia olvidada y cutre se tratare. No se percata uno de las incomodidades que traen las obras en el espacio público hasta que se las plantan en la puerta de su casa, con su sonoridad impertinente, persistentes además de feas, competidoras desleales de los despertadores que no hacen falta desde hace casi cuatro meses.

Es la realidad del día a día que sufren vecinos, viandantes y comerciantes (ay ellos, tan presentes en los rezos de los responsables políticos como expuestos a sus caprichos y promesas casi siempre incumplidas) dejados a su suerte obligados a permanecer de extras mientras los sufridos operarios se afanan como pueden en sus labores interminables. Con la necesidad de empleo que sufrimos no parece de recibo que todavía en los tiempos que corren una obra pública y se supone necesaria no cuente con más personal debidamente contratado (las historias que se cuentan a este respecto son para llevarse las manos a la cabeza) para ejecutar las tareas en el menor tiempo posible.

A la misma hora, los primeros sonidos de las máquinas apenas dejan oír las palabras del alcalde en la radio, felicitándose por un nuevo acuerdo que conectará a la ciudad con una capital importantísima de Europa (otra) mediante vuelo directo, aspecto éste que confirma la creciente presencia de la misma en todos los foros internacionales. Y todo esto nos parece muy bien, como nos agrada que se desbloqueen proyectos emblema que estaban estancados, y se valore el potencial tecnológico que exportamos desde los centros de la Cartuja, por ejemplo. Pero mucho mejor estaría si estuviera acompañado de una verdadera atención a las necesidades más básicas de los vecinos.

Se me dirá que las obras de adecuación de las calles de la ciudad son necesarias, que las molestias inherentes a sus trabajos son inevitables, que a su vez se revisan acometidas y otros servicios, y que el resultado final suele mejorar la situación de inicio. Y seguro que es verdad. Pero todo lo anterior es humo si detrás de las decisiones no hay un compromiso claro de respetar los derechos de quienes lo único que hacen es cumplir escrupulosamente sus obligaciones como ciudadanos.

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