Es la misma sensación que tuvo hace ocho años. No se atrevía a hablar con casi nadie. La espera era interminable y vapuleaba cada parte de su cuerpo hasta el punto de hacerlo sentir como un habitante de Liliput observado por Gulliver. José Antonio no hacía más que mirar al reloj, pero era como si las manecillas estuvieran congeladas, como cada una de sus venas... El silencio de la sala de espera sólo se rompía con la pregunta que todos tenían en mente y que pocos se atrevían a pronunciar: ¿Te han dicho algo? Igual que hace ocho años. Entonces fue su mujer; hoy, era por él. Su esposa formaba parte de una historia personal, esa que también tiene nombres, sentimientos..., ¡hasta rostros!, aunque entrase en esa estadística necesaria para avanzar en la investigación. Pero hoy parece que todo es diferente. Se priorizan la cifras y cada día, esperamos ansiosos los datos con los que parece dibujarse la evolución de ese maldito bicho que ha entrado sin permiso en nuestras vidas para cambiar de forma absoluta nuestra existencia. Aguardamos con cierta impaciencia los datos para saber si hay más o menos contagios, tantos o cuantos ingresos en UCI, curaciones o -y ahí está el drama- fallecimientos... Respiramos cada mediodía cuando llegan, como si nos dieran aliento, como si nos hubiéramos acostumbrado a contar (a sumar, fundamentalmente). Y eso que hay una masa oscura que se queda fuera de esa contabilidad para entrar a formar parte de la categoría de casos sospechosos o de aquéllos que se consideran contagiados, aunque no se les haya realizado prueba alguna que confirme o descarte la enfermedad.

Conozco a más de uno, con sus nombres y apellidos, con sus historias, sus problemas y sus vidas. Como también sé de quienes han escuchado retumbar en sus oídos el resultado positivo de un test sin poder tener a nadie de su familia al lado a quien poderse abrazar porque debe pasar automáticamente al más estricto aislamiento, sin una caricia ni consuelo. ¿Se imaginan lo difícil que es explicar el confinamiento, la ausencia de visitas y la distancia que deben tomar con los cuidadores a los residentes de centros especiales? En todos ellos pensaba esta semana cuando veía las imágenes de algunos establecimientos abarrotados de gente que da la sensación que cree que quedarse en casa es cuestión de estética, que parece que suponen que no pasa nada por salir todos los días "a por un mandado", que la distancia mínima que debe mantenerse entre las personas que aguardan para ser atendidos en el súper o mercado va con otros o que eso de ir una sola persona en coche es "una tontería", por no hablar de quien se lleva la maleta y emprende camino para echar el fin de semana fuera...

A todos ellos les digo que esos casos diarios no son números para mí. Hagan la prueba, cierren los ojos y pónganles rostro a cada uno, quizá mañana ya no piensen igual.

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