NO hay nada que guste más a los españoles que una buena polémica que les permita dividirse en dos bandos irreconciliables.Política aparte, España es hoy un inmenso reñidero a cuenta de Ricardo Chikilicuatre, el inefable intérprete -en realidad no es un cantante, sino un actor, que se llama David Fernández- de la inefable canción que representará a España en el próximo Festival de Eurovisión.

Son bandos disparejos. Los que se oponen a la gansada por considerar que un país serio no puede hacerse representar por una cuchufleta semejante son una minoría. Circunspecta, solvente y patriótica, pero minoría, que de momento haría bien en preguntarse si de verdad creen que España es un país serio. La inmensa mayoría, por el contrario, ha aceptado al enano del tupé y la guitarrita. Sin darle importancia, como una cachondada más de este país tan contento de haberse conocido.

Bien es verdad que el ala intelectual de los partidarios del Chikilicuatre razona: Eurovisión se ha convertido en un escaparate del frikismo europeo -con el añadido de Israel-, una parada de los monstruos del continente, lo más feo y estrafalario de cada casa (a Irlanda la representará este año la marioneta de un pavo salvaje, Letonia lleva piratas y Bosnia gallinas, y también hay un Matusalén rapero...) que ya sólo interesa como icono del mundo gay más plumífero y travestón. La mejor forma de combatir el festival y enterrarlo definitivamente en su propia horteridad es tomándoselo a chacota, es decir, jugar a su mismo juego, elevar al máximo su cutrerío. Una subversión desde dentro del sistema. Hasta que reviente y nos libremos de él.

El ala popular del partido de los defensores de Chikilicuatre no se come tanto el tarro. Simplemente, ha ejercido hasta sus últimas consecuencias su papel de televidente al que le dejan decidir desde su móvil. Ni jurado ni leches: democracia cibernética y telefónica, la apoteosis del televotante anónimo. ¿Acaso esperaban otra cosa los que organizaron la elección? ¿Pensaban que quienes se tragan a diario, con mucho apetito y mucho gusto, la bazofia que les suministra la propia televisión iban a seleccionar una balada romántica o un la, la,la del siglo XXI? Empeñada en fomentar la participación del espectador como expresión máxima de democracia y modernidad -¡anda ya!-, a la vez que ingresa una pasta gansa vía llamadas, TVE ha tenido que tragarse un auténtico misil de la competencia: asumir como propia y avalar en Eurovisión la canción que se inventaron en La Sexta precisamente para reírse de Eurovisión. Una burla que el burlado difunde por medio mundo. Esto es espectacular. Uribarri ha pedido la baja por depresión.

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