Paseando por las calles de Huelva en este cálido otoño y ya en pleno período navideño, es inevitable que se admire la iluminación de algunas de las del centenar de calles que este año ha decorado el Ayuntamiento onubense con motivos navideños, o que llame la atención ese tradicional movimiento de gente que va y viene con compras navideñas o por las tradicionales comidas de empresa en los restaurantes. Esto es lo habitual y más arraigado en estas fechas, pero últimamente, si ese paseo se emprende por la mañana y no sólo por el centro de la ciudad (en Huelva hay más calles aparte de Gran Vía o Pablo Rada), lo que llama poderosamente la atención es la presencia en calles, plazas y parques de los "chalecos amarillos".

Por estas fechas y hace un año, los "chalecos amarillos" (sí, aquellos que sobre la ropa se cubrían con un chaleco fosforescente de color amarillo) blindaron las calles de París con manifestaciones de protesta a la ecotasa en los carburantes, que surgieron de manera espontánea, sin signo político y promovidas por las redes sociales. No obstante, aquellos disturbios terminaron con desoladoras escenas de una extremada violencia. Frente a este hecho, los "chalecos amarillos" de Huelva, combinando ese amarillo con el azul de la cazadora, cuidando el orden y la limpieza, nos tranquilizan.

Pruebe a caminar por el centro o por los barrios de nuestra ciudad y se encontrará con ellos, normalmente con un vehículo municipal cerca, y lo mismo son capaces de transformar una calle a lo grande, dotándola de fibra óptica, nuevo acerado, parterres para plantas y una iluminación ecológica (como están haciendo en la eternamente abandonada Marchena Colombo), que sustituyen las piedras agrietadas de una acera, reparan la avería de una tubería de agua o pasan una aspiradora por las calzadas. Si los "chalecos amarillos" franceses sembraban miedo y destrucción, los onubenses abren una puerta a la esperanza. Si los franceses nos hacían pensar en una ciudad agonizante y violenta, los nuestros simbolizan una ciudad viva e ilusionante que invita a que la cuiden, la mimen y la respeten.

Dudo si ha sido un regalo celestial, pero por si acaso, sugiero que pidamos a los Reyes Magos una cuadrilla de "chalecos amarillos" con medios suficientes para dar con ese transformador que ha paralizado la obra del edificio del Banco de España, o con gestores eficientes que negocien adecuadamente la estancada rehabilitación del antiguo edificio de Hacienda.

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