Cerca de casa

La que en otra hora fue luz y faro de la cultura occidental languidece en su lecho de muerte

Aestas alturas ya podemos reconocer al Sr. presidente del Gobierno de España como un hombre de palabra. Llegó a un acuerdo para ser investido presidente con todos los enemigos de España y lo está cumpliendo escrupulosamente y con celeridad, que todo hay que decirlo. De ese acuerdo letal me interesa sobremanera una parte, la que pactó con los racistas, xenófobos y filonazis que con el nombre de "partidos nacionalistas" sufrimos en España desde hace ya demasiado tiempo. En cualquier país democrático, léase Gran Bretaña, Francia, Alemania o Estados Unidos, un partido con dirigentes que afirman que los españoles en general "hablamos la lengua de las bestias", o que "tenemos un bache en el ADN", o que el "Rh negativo identifica a un pueblo" hace décadas que estarían prohibidos, fuera de la ley. Aquí vamos con cuarenta años de retraso y lo que queda.

Dicho esto pongo el foco en lo que viene hoy a cuenta y cuento de este artículo: el trato cariñoso que se le va dispensar a los presos condenados por delitos de terrorismo. Se les va a trasladar a cárceles cercanas a sus domicilios y cuando nos hayamos tragado ese tren, a casa directamente. La paradoja es que estos presos están precisamente condenados por acercar a sus pueblos a centenares de españoles; eso sí, los mandaban en un féretro, detalle a no olvidar. Decenas de guardias civiles, policías nacionales y miembros de las fuerzas armadas fueron de esa forma acercados a sus domicilios por estos bandidos. Fueron aproximados, en cortejo fúnebre, hasta sus lugares de nacimiento para ser enterrados. Habían sido vilmente asesinados, cobardemente sorprendidos con un disparo en la nuca. Muchos salieron de aquellos lugares de forma ignominiosa, a escondidas, sin ruido, para no molestar. Incluso miserables obispos, vergüenza de las vergüenzas, ordenaron sacar los féretros por la puerta de atrás de sus iglesias. Imposible olvidarlo.

Pues nada, señores. Aquí no ha pasado nada, pelillos a la mar y a vivir que son dos días. Aquí se pacta con quien sea, con Lucifer que apareciera en una nube de fuego o con Rita la cantaora. Todo da igual, menos España. La que en otra hora fue luz y faro de la cultura occidental languidece en su lecho de muerte. Un ejército de follones y malandrines, de los que mi señor don Quijote daría buena cuenta, la rodean en su agonía, sortean sus bienes muebles e inmuebles, venden sus pertenencias al mejor postor y se reparten su herencia a dentelladas. Apenas alguien esboza una oración por su alma mientras un puñado de hijos la lloran.

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