Con cierta asiduidad me gusta traer a este rincón del periódico muchos de aquellos recuerdos que hicieron época en aquellos años ya lejanos, cuando la ausencia de veraneo en las playas se sustituía con el ventilador, el helado hecho en casa en aquel artilugio de manivela y hielo a su alrededor, las gaseosas La Raza fresquitas en su cubo con la barra de "nieve" y finalmente al anochecer con los conciertos de la Banda Municipal en la plaza de la Merced o de las Monjas con nuestra presencia en los cines de verano al aire libre, donde a la vez que veíamos la película comentábamos con nuestros amigos las mil cuitas de cada día.

Los cines de verano, de los que tanto he escrito, eran nuestros inseparables compañeros que nos ayudaban a tomar el fresco de la noche, cuando subía la marea, o vivir un mundo muy distinto del que formábamos parte en la mediación del pasado siglo.

Lo mejor de aquellas sesiones era el carácter familiar que dábamos a las proyecciones con nuestra presencia y las mil anécdotas que vivíamos en aquel clan comunitario en la compañía invisible de los mejores actores de la Meca del Cine o de nuestra Cifesa, Iquino, etcétera.

Recuerdo una en el Cine Oriente en que Pepito el operador de la cabina se equivocó de rollo de celuloide en una película policiaca y el enredo que se formó fue tal, que Juan Salar, el empresario, invitó a todos a un refresco con tapa de higo chumbo.

Otra digna de recuerdo fue cuando los rollos de cinta se pasaban de la plaza de la Merced al Cine Colón y las esperas ponían nerviosos a los espectadores, llegándose en la desesperación a organizar partidas de mus, con premio de devolver el dinero de la entrada en la taquilla.

En Punta Umbría, en el tradicional cine San Fernando, ocurrió una noche que bajo el aviso de "Nuevo Sonido", como premio a lo mal que sonaban los altavoces, sucedió que al comenzar la proyección, con el cine lleno ante la modernidad anunciada, la película comenzó muda, después un pequeño ruido no dejaba oír el argumento y más tarde un zumbido ensordecedor hizo que el público se levantase revolucionado y pidiera la devolución de lo pagado, lo que hizo religiosamente la empresa. Lo peor fue una noche, víspera de una corrida de toros, en el Cine Plaza de Toros, alguien dijo que se había escapado un novillo. Sesión suspendida. Un bono para otra noche y todos a casa, que como era jueves, bajo la dirección del Maestro Castillo, oír a la Banda en el templete de la Merced era una delicia. ¡Qué tiempos!

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