Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La Celestina de internet

Recuerdo con frecuencia, y ya lo he relatado antes aquí, a una periodista de esta casa que, sin llegar a la indignación y brava que es y era de condición, se me negaba a aceptar que las agencias de contactos que, irá para veinte años, comenzaban a surgir de la mano de internet. Ella se había topado con el que aún es el hombre de su vida -y lo que se rondarán, apuesto- en la propia redacción. Lo cuál no deja de ser una forma de segmentación (segmento de mercado: grupo homogéneo en gustos, situación social, nivel cultural u otros criterios de agrupación). Si algo ha mutado y se ha multiplicado exponencialmente con la red de redes -qué naif resulta ya el término- es la capacidad de segmentar mercados. E incluso podemos aventurar que el mayor impacto de internet ha sido en las relaciones sentimentales, en la formación de parejas. Atrás va quedando -algo residual, pasado- el encontrar a la media naranja de tu vida en un bar, una oficina, una boda de un amigo. Todo eso segmenta, o segmentaba, o sea, acerca a gente con ciertas características que las promete compatibles. Pero internet multiplica hasta el infinito las posibilidades del mundo físico en materia de aparejamiento (y de puro apareamiento, pero obviemos esta opción hoy y aquí).

Informaba The Economist este agosto que en Estados Unidos ya alcanza un tercio el número de matrimonios estables que se originan a partir de internet. Y, ojo, parecen ser parejas y familias más estables que las, por así decirlo, de génesis tradicional: según este estudio, y yo lo creo, las tasas de divorcio no paraban de crecer antes del advenimiento del dios pagano llamado internet… y menguan y menguan desde entonces. Hay en esto algo que desconcierta tanto como la preponderancia de la genética en la forma en que iremos unos y otras degenerando -aquí no se queda nadie-. ¡Es el algoritmo, estúpidos!, podemos decir tuneando a aquel asesor de Clinton que apuntaba a la economía como la madre de todos los marketing políticos. Lo dicho con respecto al determinismo genético podemos decirlo sobre el poder de quien gobierna la segmentación y el algoritmo de las relaciones sentimentales. Por qué no considerar que alguien que acuda a una página de contactos -por cierto, cada día se concentra más el sector, pequeños clientes del Gran Hermano celestino- quiera contactar con personas de ciertas características genéticas. Mujeres y hombres siempre han decidido, pudiendo, por genética, amor y pasta. Sólo que, ahí está el quid de la cosa, el asunto se ha multiplicado infinitamente.

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