Enhebrando

Manuel González Mairena

Celebrar la otredad

El océano. Su inmensidad. Más de dos meses rodeado de agua y sal. Agua. Confinamiento marino. Aguas. Nada más. No existe escapatoria y nadar es un aprendizaje no adquirido. El almirante lleva varias jornadas falseando a su tripulación las cuentas de las leguas recorridas para no calentar la paciencia. La distancia con la historia. Un propósito frente a la planicie: las Indias. Se ven aves. Cambia el paisaje Atlántico. Flotan restos de madera a la deriva. Indicios, deseos, ansias. ¿Dónde está la costa? Debe estar ahí, pero sólo hay mar. Así queda anotado en el diario de abordo, tinta indeleble: la carabela Pinta, la más velera, encabeza la expedición. En su gavia, el vigía y un grito. Retumba en la eternidad y ampara los corazones de los marineros. Su nombre, Rodrigo, natural de Lepe, vecino de Triana.

Aquel 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón no sólo llegó a América, también chocó en primera persona con el concepto de otredad. La existencia del otro. Colón se sorprendía de que le cambiaran vidrio por joyas. Definió a los habitantes de aquella isla como personas pobres porque no llevaban ropa, a los mismos que les traían oro y piedras preciosas. Pero es que miraba con sus ojos y el sistema propio es un sistema de egoísmos. Los primeros colonizadores de aquellas tierras sólo concebían un esquema mental, y así identificaron a mujeres guerreras con lo leído en la mitología griega. Era más fácil creer en la ficción propia que en la realidad ajena, y aún hoy recorremos la ribera de las Amazonas. Occidente siempre se ha entendido como eje de la peonza. Lo demás es un extrarradio incomprendido. Miramos raro lo asiático, lo norteafricano, y lo de más al sur, así como algunas actitudes sudamericanas. La otredad. La condición de ser otro. Da igual la latitud y el astrolabio que nos haya guiado, siempre habrá una verdad irrefutable que derribar.

Nuestra sociedad se resquebraja desde dentro porque, de no practicar la existencia de otro, ha dejado de aceptar lo diverso. Como si de un enemigo se tratara. Celebremos la otredad, no el día que impusimos nuestro molde, nuestro concepto. Festejemos otras realidades, en las Indias Orientales o en América, donde sea, pero principalmente aquí. Más junco y menos marmolillo. Celebremos un encuentro y no una conquista, el de quien no es como uno es. Otras creencias, otras formas sociales, otras experiencias que conforman sociedades y personas distintas. Distintas y necesarias. La otredad, una fiesta, un descubrimiento.

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