Ibrahima me pide permiso para rezar, un poco de mímica le ayuda. Él solo habla pulaar, la lengua de su pueblo. Se descalza, aún usa las chanclas playeras como en su tierra, se asea en el baño y usando el móvil calcula hacia dónde debe estar La Meca. Reza sin pudor delante de mí, supongo que será su tercera oración del día. Es un joven de 19 años llegado hace unos meses a las Islas Canarias, en un cayuco de color azul, donde por desgracia murieron varios de sus compañeros de viaje. Ahora reside en Huelva, una institución de acogida temporal se ocupa de su alimentación, de enseñarle el idioma y alguna profesión para que pueda trabajar. Mirándolo rezar me conmueve pensar la metamorfosis cultural y emocional que estará viviendo aquí, tan lejos de su casa.

Ibrahima se embarcó en un viaje arriesgadísimo solo para mejorar la vida de toda su familia, sobre sus hombros tiene la responsabilidad de prosperar en Europa para que sus hermanas y su madre puedan subsistir a la situación paupérrima en la que viven. Me explica, con la ayuda de Moussar, que realmente él quiere estar aquí unos años nada más, trabajar y después volver a su casa, -¡ama a su familia!- dice. No quería salir, pero el cariño a su familia le persuadió.

Ibrahima tiene suerte en no entender aún el idioma para no escuchar las barbaridades que sobre los jóvenes emigrados desde África dicen algunos. No va poder escuchar aún cómo políticos populistas y xenófobos usan su vida para meter miedo, para justificar esto y aquello sin ningún tipo de verdad. Esos portavoces del miedo no conocen su vida, ni sus miedos, ni empatizan con sus necesidades; tampoco son capaces de asumir que los explotadores de sus tierras somos nosotros.

Ibrahima camina cada tarde por la ciudad, y lo hace junto a otros chicos igual de altos que él, parecen un equipo de baloncesto, llaman mucho la atención. Solo necesitas un poco de tiempo para que te sonrían y te cuenten sus vidas, son sorprendentes. Él y su grupo serán los representantes de mayor población de jóvenes de la tierra, en 2050 se prevé que haya ya mil millones los jóvenes africanos, serán también quienes muevan las máquinas de este planeta.

Ibrahima está ahí, cerca. Llegó en un cayuco azul para mejorar nuestro mundo ¿vas a perdértelo? Pronto se irá…

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