La cuestión catalana no sólo ha provocado discusiones y enfrentamientos incitados por los diferentes puntos de vista, sino que colateralmente ha sacado a la luz diferentes actitudes personales y sociales que bien merecen un mínimo análisis. En cabeza del listado de demandas que se oyen, seguramente lo más manipulado, seccionado y discutido haya sido la libertad, y por las diferentes acepciones que se le han adjudicado. Puede ser éste un buen momento para reflexionar acerca del uso debido o indebido de la misma y del lugar que cada uno le concede, dentro de sus prioridades personales. Existen suficientes razones para considerar que se pierde la libertad más veces por ridículos autocautiverios que por causas externas.

Por ejemplo, lo que hasta hace poco era un animal de compañía se viene convirtiendo en un yugo cada vez más opresor. El perro ha llegado a convertirse en el dictador de la casa, el que saca a pasear a sus tutores humanos (han dejado de ser dueños, si están a su servicio), bolsita de plástico en mano, mientras el animal va olisqueando lo que se le antoje, parándose y defecando dónde y cuándo desee. Ya en la casa, y sin testigos, las condiciones incluso se endurecen, los canes duermen donde quieren, comen a la carta y disfrutan de más revisiones médicas que las personas de la casa. Sus tutores se privan de viajar, de entrar en restaurantes o lugares de ocio por no dejarlos solos. Pero ni se duda que estos convertidos en esclavos de sus perros no faltarán a las manifestaciones que se convoquen para exigir libertad.

En la misma manifestación, también gritarán pidiendo un régimen político con más libertades, esas personas que desde que se compraron el coche nuevo, con tantísimas prestaciones y de tantos miles de euros, dejaron de dormir tranquilas porque el aparcamiento donde lo dejan no parece muy bueno y, lo que jamás hicieron, van al trabajo en autobús para que no se les ensucie el coche. Casi al final de la masa humana, también le piden libertad al gobierno los padres de ese adolescente que somete, sin piedad, a sus progenitores, exigiendo determinada comida o marca para su ropa y establece la hora que considere oportuna para venir a casa.

Entendida la libertad como la capacidad de elegir, sin ataduras ni presiones externas, sería bueno considerar las numerosas formas de disfrutarla dentro de casa. Convendría una reflexión sobre el uso que damos a la libertad que poseemos, además de exigirla para nobles causas.

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