Losárboles no nos dejan ver el bosque" en el conflicto catalán, decía en el anterior Surcos Nuevos. Los "árboles" que dificultan la visión son los que dicen a los catalanes que "España nos roba". Lo son también los españoles no catalanes que piden boicot para los productos catalanes, dando así la más rotunda prueba de su propio separatismo. La madera de los árboles puede convertirse en cruces o en astas para banderas, pero es perverso que las primeras se utilicen para quemar herejes o se las haga arder como hace el Ku Klux Klan; o que las banderas, más allá de mostrar un sentimiento nacional, se exhiban para enfrentarlas con otras que enarbolan quienes tienen distintas preferencias.

En lo que se refiere a las sensibilidades nacionalistas, en esta metáfora que intento esbozar, el árbol equivaldría a un enfoque local y el bosque representaría un enfoque integrador. Voces que llegan de Cataluña -recordemos que hoy representan solo y nada menos que a la mitad de la población- pretenden que ambos enfoques son incompatibles y proponen levantar una frontera con el resto de España. Pero un árbol, por espléndido y magnífico que sea, adquiere su pleno sentido unido a otros para formar un bosque que conforme un sistema interdependiente que enriquezca el medio natural.

Soberanía y autodeterminación son dos conceptos para la mesa de discusiones. Actualmente, según nuestra Constitución, la soberanía nacional reside en el pueblo español. Desde este, parte de la gestión de esa soberanía es transferida a las comunidades autónomas para aproximar las decisiones al ciudadano. Otra parte se ha traspasado a la Unión Europea con el fin de afrontar unidos los retos de un mundo global y ocupar un puesto de mayor relevancia en el concierto de las naciones. La visión de futuro, pensamos muchos, es más Europa y menos reinos de Taifas.

En cuanto al derecho de autodeterminación de los pueblos el quid de la cuestión está en quién es aquí el pueblo. Muchos, con la Constitución, pensamos que es el mismo desde la provincia romana de Hispania, que permanece a través de veinte siglos de conflictos y reconciliaciones. Está claro que otros no piensan así, pero la solución aceptable debe llegar por cauces de diálogo, evitando la crispación y dosificando la imprescindible firmeza. Ingredientes que, lo digo con pena, no van a prevalecer, al menos en los próximos meses de pugna electoral.

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