El concepto de identidad es ambivalente. En un mundo en el que nos sentimos impulsados a pensar, sentir, decidir, comportarnos, según unas normas preestablecidas no se sabe bien por quién y al servicio de intereses no confesados, es comprensible que los humanos tiendan a afirmar su propia personalidad, individual o de grupo, revistiéndose con características que le permiten singularizarse respecto a otras personas u otras agrupaciones. Esto es aceptable y perfectamente compatible con la solidaridad y la empatía con otros colectivos que presentan señas de identidad diferentes, desde la etnia, la religión, la lengua, la nacionalidad o, en un terreno menos trascendente, las aficiones o el equipo de fútbol favorito.

El problema es cuando estos elementos identificativos se utilizan como arma arrojadiza contra individuos o colectividades que muestran rasgos diferentes, cuando la afirmación de uno parece conllevar obligatoriamente la negación del otro. Es lo que Amin Maalouf llama "identidades asesinas" y que, a lo largo de la historia, ha generado innumerables guerras y persecuciones. Afortunadamente nuestras circunstancias de tiempo y lugar son muy distintas: nos encontramos en el siglo XXI y en Europa. No tanto el momento histórico que vivimos -ya que en estos mismos momentos en otros países estas "identidades" causan estragos irreparables- como nuestra condición de ciudadanos europeos, nos protege hasta cierto punto de las consecuencias negativas.

Un pensamiento identitario disolvente se ha asentado con firmeza en Cataluña. En pocos años, un fenómeno de manipulación de masas que parece dirigido por una inteligencia maquiavélica, combinado con la torpeza de los dirigentes políticos estatales, ha logrado un fuerte arraigo en la población catalana, en cuya conciencia ideas del tipo de "Somos mejores y más trabajadores", o "España nos roba" han calado profundamente en la mitad de la población. Queremos pensar que, ante la gravedad de la situación, los partidos llamados constitucionalistas se pondrán de acuerdo para emprender acciones que generen un clima favorable para la necesaria reconciliación entre las gentes de las autonomías de nuestro país. Para ello el instrumento más valioso se llama "más Europa". La construcción de Europa, un objetivo irrenunciable para todos, es incompatible con la disgregación de sus estados. Es lo que hay que explicar en Cataluña.

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