Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Casta

MARQUÉS del Mérito es una prestigiosa bodega jerezana, y también un título nobiliario que contiene una contradicción en su denominación. Admitamos que el primer marqués -cualquier primer marqués, conde o duque- tuvo algún "mérito" importante, y por eso accedió a un rango social señorial. A partir de ahí, el mérito no tuvo nada que ver para mantener el linajudo nombre. La mencionada dignidad se convirtió en un oxímoron, una expresión compuesta por dos términos contrapuestos: ser aristócrata nada tiene que ver con el mérito, sino con la herencia recibida de un antepasado que quizá sí lo tuvo. En el mundo plebeyo contemporáneo, el país del mérito ha sido tradicionalmente Estados Unidos, "la tierra de los libres y el hogar de los valientes", como dice el final de su bello himno. La patria de aluvión, el sitio adonde cualquiera puede labrarse un futuro próspero si se empeña. Lamentablemente, Estados Unidos no es lo que era, y las altas cúpulas del poder y del estatus son cada vez más impermeables: se han aristocratizado. La meritocracia va dando paso a las redes de contacto y al nepotismo. Lo que ellos llaman lucky sperm (esperma afortunado) se impone como mecanismo de asignación de roles sociales y de riqueza. Lo cual produce patologías comparables a la hemofilia u otras taras físicas y psíquicas que, entre muchos otros, hipnotizaron a nuestro último Austria, Carlos II. Para llegar a producir esas taras sólo hace falta mezclarse con primos una y otra vez; para reproducir las taras sociales del exceso de la desigualdad sólo hace falta tiempo: decadencia. Es improbable que un hijo de un gran creador esté a la altura de su padre. Con excepciones, también es improbable es que un hijo del propio júnior esté a la altura. Si bien con poco peso, la gran mayoría de las empresas españolas son familiares y, por tanto, reproducen las patologías del esperma afortunado. Como suele constatarse en los foros de Empresa Familiar, la presión demográfica -mucho heredero para poca herencia- provoca que en pocas generaciones el dilema de la empresa sea "crecer o morir", o, si preferimos, "crecer o vender". El talento se hereda mucho menos que el reflujo gástrico o la miopía. Un adagio más de andar por casa da en el clavo: "Abuelo rico, padre millonario, nieto miserable". En la política pasa tres cuartos de los mismo. Por eso, la incipiente nomenklatura de Podemos atinó con lo de "la casta". Señores de la casta: o se renuevan, o los renovamos, que aquí se vota. Y consideren otras formas de autorrenovación que el recurso a los tribunales vía fraternal delación. Descástense.

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