Cambio de sentido

'Carpe Augustum'

Malo, si invitan a que la consciencia y la razón común también se pillen vacaciones

Vuelvo la vista atrás en la cola del súper, y cuento hasta tres señoras que esperan su turno con el mismo gesto: una mano en el asa del carrito y la otra abierta sobre el esternón, como preparándose para el susto que se llevarán a casa impreso en el ticket. Me sonrío, porque acabo de darme cuenta de que yo también estoy haciendo el mismo gesto, solo que con mi mano izquierda algo más arriba, cerca del cuello. El pitido del escáner al paso de los productos suena a monitor de constantes vitales, de esos que dan tensión a las escenas de quirófano en los telefilmes. Hay en el ambiente un agobio de caja registradora, y una sonrisa compasiva, como de "ánimo, estamos todas igual" en la mirada de la cajera cuando me dice el importe de la compra y exhalo un '¡ojú!' sin quererlo.

No me acusen de alarmista si les aseguro que percibo cierto desasosiego en no pocas personas que me cruzo por los pasillos del supermecado. "¿A cuánto el kilo de aquello?" se ha convertido para mucha gente en una pregunta decisiva. Las cifras nos lo acaban de confirmar hace unos días: la inflación que tenemos encima es la más alta de los últimos 38 años. Desconozco si ha subido el caviar, pero la fruta más común, la que sale de atrezzo en Cuéntame, está de sustito en cualquier tienda. Quiero decir con esto que han subido los precios de lo que más necesario, de lo nutricio y básico, y ello ataca a los bolsillos más menesterosos. Casi cualquiera es hoy más pobre que hace un año, pero no sé cuánto y hasta cuándo se pueden apretar el cinturón muchas familias que ya vivían pegadas a la pared.

Digo todo esto, que es de sobra conocido, por contraste a cierta consigna no escrita, casi subliminal, que pulula en el ambiente este verano: querida hormiguita, vive -como si vivir fuera sinónimo de gastar- este estío como si fueras cigarra, así esté todo por las nubes. Carpe Augustum. Que el invierno europeo será largo, la incertidumbre es tu huésped, volveremos a hablarte de la guerra, arreciará el odio como el frío y nunca se sabe cuándo volverás a perrear hasta el suelo. Normal que todos esos malos augurios se cumplan, si llega septiembre con sus gastos de vuelta al cole y a las rutinas, y nos pilla con una mano atrás y otra delante, y los precios a tope, y sus atascos y sus atardeceres tempraneros y la noticia de que la desesperación tiene nombre de síndrome y que la vida es dura. Malo, si invitan a que la consciencia y la razón común también se pillen vacaciones.

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