Sobre la ciudad israelita de Haifa se desparraman unas montañas. Hay una que sobresale sobre las demás, adelantándose en dirección al mar: es el monte Carmelo. La geografía y la historia de este monte explican lo que en el día de hoy celebra el mundo marinero. En aquel lugar hay datados asentamientos humanos de hace más de cinco mil años. El Carmelo es un monte que ha suscitado el deseo del ser humano desde tiempo inmemorial. Y es que Carmelo en hebreo es karem El, o jardín de Dios o simplemente vergel. La cordillera de la que forma parte es casi desértica, pero el Carmelo es un monte verde y fértil todo el año. Este promontorio es una punta de lanza, un mascarón de proa que desde la tierra se adentra en el mar. Es como la Virgen del Carmen, también ella se adentra en el mar para cuidar, atender y mirar por aquellos sus hijos que navegan de día o de noche sin cesar. En el Carmelo han existido cultos religiosos desde hace unos tres mil años. Tres milenios en los que el ser humano ha encontrado algo muy especial en aquella montaña. Ha sido como un monte imán que ha atraído poderosamente a los hombres de todas las culturas del padre Mediterráneo. En nuestra cultura, la judeo-cristiana, el Carmelo es esencial. Su aparición en la Biblia es reiterada. En esa milenaria cultura de oración en el Monte Carmelo nace la Orden Carmelita. Y en ella las figuras gigantescas de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Estamos, pues, ante la festividad de una advocación mariana, única, especial, marinera, mediterránea, nuestra. Estamos ante la Virgen del Carmen.

También ahora vienen tiempos recios, como llamó la más grande carmelita, Teresa de Ávila, a aquellos que le tocó vivir. Hoy no son mejores. La serpiente enemiga de la mujer coronada por doce estrellas, que aparece en el Libro de la Revelación, está viva, levanta su cabeza para herir, pero sabemos con certeza absoluta que el talón de la mujer terminará aplastando la cabeza de la serpiente. Esa es nuestra garantía. María nos asegura, con su maternal empeño, que si nos guardamos bajo su manto, nada hemos de temer. Allí, al cobijo de su presencia, le cantaremos la Salve Marinera y le diremos "¡Salve, Estrella de los mares! A los pesares de tu pueblo, tu clemencia dé consuelo. Fervoroso llegue al cielo, hasta Ti nuestro clamor. ¡Salve, Salve, Estrella de los mares!".

Y la Virgen nos oirá, y le gustará nuestra Salve y ablandará su corazón maternal y nos cogerá, y nos acunará, y perderemos los miedos y las angustias. Y cansados de tantas batallas y refriegas de la vida descansaremos como niños y nos dormiremos en sus brazos. Y ya nada nos turbará. Feliz día del Carmen.

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