La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

A Carmen, con agradecimiento

Con la ilimitada generosidad de los grandes, nos permitió ver como ella veía, sentir como ella sentía

Carmen, la del puro blanco de las cales de calle Vírgenes, la de los atardeceres malvas sobre el horizonte del Coto vistos desde la orilla de Sanlúcar de Barrameda, hace verdad (en presente: los artistas mueren, su obra vive) lo que escribió Bergson sobre el arte: "Si pudiésemos entrar en comunicación directa con las cosas y con nosotros mismos, el arte sería inútil, o más bien todos nosotros seríamos artistas, pues nuestra alma vibraría entonces continuamente al unísono de la naturaleza. Pero entre la naturaleza y nosotros, más aún, entre nosotros y nuestra propia conciencia, se interpone un velo para el común de los hombres, pero sutil y transparente para el artista… Vivir es no aceptar de los objetos más que la impresión útil… Mas de tarde en tarde la naturaleza suscita almas más despegadas de la vida… Esa pureza de percepción implica una ruptura con la convención útil, un desinterés innato, cierta inmaterialidad... El arte no es seguramente más que una visión más directa de la realidad, su desvelamiento".

Ideas hermanas de las reflexiones de Heidegger sobre las viejas, gastadas botas pintadas por Van Gogh: "El cuadro de Van Gogh es la apertura por la que atisba lo que es de verdad el utensilio, el par de botas de labranza, (…) en el desocultamiento de su ser. El desocultamiento del ser fue llamado por los griegos aletheia. Nosotros decimos 'verdad' sin pensar suficientemente lo que significa esta palabra. Cuando en la obra se produce una apertura del ser que permite atisbar lo que es y cómo es, es que está obrando en ella la verdad. Ha sido la obra de arte la que nos ha hecho saber lo que es de verdad un zapato. En el de arte se pone en obra la verdad".

Tuve la suerte de hablar con Carmen de estos dos textos. Y se quedó como modestamente azorada de que de su trabajo consistiera en levantar el velo que se interpone entre nosotros y las cosas, y entre nosotros y nuestra propia conciencia; de que su tan minucioso y laborioso oficio, que nunca daba una obra por cerrada, fuera el desocultamiento del ser que pone en obra la verdad. Con esa ilimitada generosidad que los grandes tienen, Carmen nos permitió ver y gozar la verdad de las cosas, del mundo, de la realidad -sobre todo lo más modesto, lo que pasa más desapercibido en su ignorada hermosura cotidiana- como ella las veía y sentía, materializándolo para siempre en sus obras. Y eso nos hizo mejores.

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