Caleidoscopio

Vicente Quiroga

Caridad verdadera

En época de acosos eclesiales de quien no duda en desempolvar crímenes antiguos, supuestos viejos atropellos, revelaciones y obviedades convenientemente manipuladas, con los que políticos de medio pelo, iletrados, sectarios de resabios caducos, laicos de diseño y desenterradores oportunistas de la Inquisición y cuanto convenga, cruzadas y presuntos contubernios con los poderes fácticos, una tropa dispuesta a exhumar muertos ajenos y ocultar esqueletos en sus propios armarios, con difuntos de la misma calaña en uno y otro lado, cualquier intento de serena reflexión y equilibrado discernimiento parece tarea inútil.

En este punto cuando uno ha leído y considerado serenamente la última encíclica del Papa, Benedicto XVI, recuerda aquella frase del Cardenal Martín, incluida en el libro Conversaciones en Jerusalén que dice: "Los pecados son numerosos y la Iglesia enumera muchos, pero la auténtica culpa del mundo es la injusticia y la desigualdad". Es así cuando más presente está en nosotros aquel mensaje evangélico que nos hablaba de un Reino de Dios de los indigentes, de los débiles, de los oprimidos y los débiles.

En este sentido la encíclica papal Caritas in veritate, hecha pública en vísperas de la cumbre del G-8, tan inútil como tantas otras, y dos días antes de su entrevista con el presidente Obama, que, sin embargo, tantas expectativas ha abierto sobre un posible diálogo interreligioso entre ambas instancias, admira leer en el texto pontifical afirmaciones como ésta: "La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa carta de ciudadanía de la religión cristiana".

En la clarividente exposición del Pontífice hay una directa referencia a los problemas de la crisis económica que nos acucia y cuyos efectos son más sensibles en los ámbitos más débiles y deprimidos de la sociedad. A tal efecto Benedicto XVI propone en los círculos económicos una regulación "del sector capaz de salvaguardar a los seres más débiles e impedir escandalosas especulaciones cuanto la experimentación de nuevas propuestas o soluciones financieras destinadas a favorecer proyectos de desarrollo como experiencias positivas para profundizar y alentar, reclamando la propia responsabilidad del ahorrador".

Muchas son las consideraciones que la encíclica papal de auténtica caridad nos merece y sugiere, excesivas para la dimensión de esta columna. Una reserva empero si se me permite: su confianza en la ONU, a la que plantea una profunda reforma. Difícilmente se puede esperar nada positivo de una organización plagada de países antidemocráticos, dictatoriales, que no respetan los derechos humanos, lo cual devalúa considerablemente su entidad internacional.

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