Canon

El altar de las devociones, siempre provisional, cambia con la sensibilidad de los tiempos

Puede uno pensar lo que quiera a propósito del genio atrabiliario de Harold Bloom, el gran crítico estadounidense de origen askenazita -sus primeras lenguas fueron el yiddish y el hebreo de las Escrituras- que murió hace unas semanas en New Haven, donde su Universidad de Yale, pero nadie podrá negarle la aportación de libros muy valiosos, en particular los dedicados a Shakespeare, del que lo sabía todo, o aquel otro que leímos fascinados en nuestra primera juventud sobre los poetas visionarios del romanticismo inglés, publicado en España por Barral con uno de los poderosos grabados de William Blake en la cubierta. Aficionado a la polémica, Bloom se hizo célebre con su propuesta de un canon occidental que partía de su perspectiva eminentemente anglosajona y por lo tanto limitada, pero no sería justo con la estatura intelectual del fallecido reducir su contribución al papel de agitador y activista contra los estudios culturales o los llamados de género. El viejo dinosaurio no tenía pelos en la lengua y arremetió con virulencia -sus numerosos enemigos tampoco le ahorraron los calificativos vejatorios- contra las que llamaba "escuelas del resentimiento", en términos tal vez excesivos -pues de esas escuelas han partido no sólo análisis mediocres y oportunistas, sino también estudios muy lúcidos- pero no desprovistos de interés, para quienes afrontan estos debates sin anteojeras. Y tuvo el valor y el mérito de denunciar los desafueros de la corrección política antes de que esta se apoderara de departamentos enteros. Se equivocaba, sin embargo, a nuestro juicio, no sólo en su caprichoso desdén de las minorías, sino al sugerir que ese canon -noción antipática, pero aprovechable- constituía una especie de revelación imperecedera. Con razón se dice que todas las épocas deben abordar de nuevo la traducción de las obras que han recibido, para adecuarlas a la lengua que como organismo vivo evoluciona continuamente. Del mismo modo el altar de las devociones, siempre provisional, cambia con la sensibilidad de los tiempos. Es poco probable que Shakespeare, por volver al icono predilecto de Bloom, vaya a pasar de moda en el futuro, pero de hecho durante bastante tiempo, en la edad ilustrada, el bardo fue considerado un escritor medio bárbaro. Los criterios de valoración no son inmutables ni se trata, según lo vemos, de enfrentar a custodios e iconoclastas. Existe la autoridad académica y existen los lectores -y las lectoras- que no están por debajo de aquella en la jerarquía del gusto. Sin recurrir a la demagogia, sin renunciar a una lectura crítica, todos ganaremos si entendemos que se trata de una tarea colectiva y sujeta a revisiones periódicas.

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