En mi barrio hay un Salón de Juegos en el que te ponen un delicioso café y te atienden casi como en casa. Hará un año, tapiaron las ventanas y las sustituyeron por pantallas gigantes que retransmitían continuamente deportes diversos. Mi mesa "de siempre" quedó rodeada de mesas altas para acercarse a las imágenes. Supongo que el café seguirá siendo bueno. No lo he vuelto a probar. Desde entonces, he visto proliferar en Huelva esa "decoración de interiores" en los salones de juegos y, desde entonces, confieso repudiar las apuestas deportivas.

Analizando el origen de esta aversión mía, me detengo en el contexto. Detesto la publicidad que anima al juego. Los eslóganes Si sueñas, loterías, de la Lotería del Estado, el Apuesta y gana, que dice la ONCE, o Todos tenemos un jugador dentro, póster en la entrada de locales de apuestas, consienten en acumular fortunas a base de presentar la apuesta o el juego como una inocente actividad lúdica.

Censuro a una Dirección General de Ordenación del Juego, del Ministerio de Hacienda, no solamente por la hipocresía de prohibir la publicidad del tabaco y del alcohol fingiendo protección, sino porque gracias a la descarada permisividad en la publicidad de apuestas deportivas, se convierte en gallina de huevos de oro llenando sus arcas con alrededor de 10.000 millones de euros anuales en tasas de juego (según las asociaciones de ludópatas).

Rechazo, además, esa inquietante costumbre de las familias actuales de hipnotizar a los bebés mediante dispositivos móviles para poder cenar tranquilos y de entretener a los niños con la Play durante horas. Están fomentando, entre los jóvenes, el hábito de aislarse, de no compartir actividades con el resto de la familia, de olvidarse de juegos saludables y de que nunca se sepa qué se cuece en el dormitorio juvenil.

Pero lo que realmente me corroe es que personajes famosos, admirados por la mayoría, estén haciéndole publicidad a las apuestas deportivas a sabiendas de que están trabajando como camellos de esta adicción. Desde Messi hasta Neymar, pasando por Coronado, Raúl Álamo o Carlos Sobera, guardan sus escrúpulos en un cajón para convencer a los jóvenes, especialmente, de lo divertido y beneficioso que resulta apostar en deportes. Practican el menudeo impunemente, mercenarios que por dinero colaboran en que el juego virtual genere patologías en sólo tres años y que aceptan colaborar en aumentar ese 70% de jugadores, menores de 35 años. Malditos camellos.

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