Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Cállense de una santa vez

Las protestas del barrio de Salamanca se acabaron en el mismo minuto en que abrieron las tiendas y las terrazas

Esta semana hemos aprendido lo que era el FRAP, que el vicepresidente del Gobierno cree que Vox quiere dar un golpe de Estado pero no se atreve y que no sólo es la monarquía española la que más ha hecho en las últimas décadas para instaurar la república, sino que la belga ha puesto de su parte en tierras cordobesas. ¿Para qué nos ha servido todo esto? Pues para lo que sirven quienes han protagonizado semejante sainete, absolutamente para nada. Ante nosotros se extiende la inutilidad más absoluta, el vacío intelectual más sonrojante, la falta de sentido común más oceánica y en medio, ustedes y nosotros sorteando como se puede una crisis sanitaria que sigue goteando afectados y muertos y una económica que chorrea pérdidas de empleo y riqueza, aunque en esta tengo bastantes más esperanzas de que consigamos salir, heridos, pero enteros.

Es cierto que debe ser el Gobierno quien lidere la salida de esta situación, pero también lo es que enfrente tienen un erial. ¿De verdad creen que los antecedentes del padre de Pablo Iglesias nos van a echar una mano en algo, que es bueno para alguien?Esta semana asistieremos a otra de esas palizas inaguantables en la que se volverán a escuchar lindezas de este calibre durante horas en el Congreso. El último de esos debates sobre la prórroga de un estado de alarma que se me antoja cada vez más imprescindible, duró once horas.

Lo malo de ese cabreo es que se extiende como la mala hierba. Hace unos días, me encontré con una señora por la calle. Pasé, como hago habitualmente, al otro lado de la acera porque entiendo que las personas mayores estén más preocupadas que yo por un posible contagio, a pesar de que a las horas que transito por las calles y salvo que tenga que entrar a un sitio cerrado, voy sin más protección que el sentido común. Cuando pasé a su lado señaló a su cara y me dijo: "mascarillaaaa, qué poca vergüenza". La miré y mandé, con un educado e inmerecido usted, a la misma mierda. Se me quedó mirando, levanté los hombros como diciéndole, "¿pero esto qué es, cómo va por la calle insultando a la gente?" y siguió su camino.

Y eso que los síntomas de recuperación de la libertad en este país, empiezan a verse recompensados. El barrio de Salamanca que hace una semana bramaba por ella, la debe haber encontrado el mismo día que abrieron sus terrazas y sus tiendas. No hay como tirar de tarjeta para que se le acben las ganas de manifestarse a uno.

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