Calificativos molestos y dañinos

Ser un librepensador no es fácil, pero es muy reconfortante sentirse a gusto con la conciencia

La libertad de expresión está cada vez más mermada. Alguien podrá decir que es cierto porque tenemos una ley, conocida como Ley Mordaza, que la limita. Pero no es solo al ámbito de las normas legales hacia donde deberíamos dirigir la atención. Existen muchos modos de restringirla que no se ven reflejados en ningún boletín oficial y uno de ellos es el de la presión que ejercen determinados grupos de manera sistemática y metódica. Tal presión se canaliza muy especialmente tratando de etiquetar al adversario o a quien se intenta neutralizar por medio de un calificativo que sea, al menos, molesto y, si es posible, dañino. El efecto que esto produce en muchos contextos no suele ser insignificante pues, salvo excepciones, el sujeto señalado tiende a evitar determinadas opiniones para no meterse en líos, para que no lo fustiguen o para no cargar su imagen de algo que no le corresponde. En este sentido, la vida pública nos ofrece múltiples ejemplos. El más reciente ha sido el del desencuentro entre los miembros del gobierno de coalición. A los de Podemos les han sentado fatal las críticas de miembros del PSOE al proyecto de ley de libertad sexual y les ha faltado tiempo para endilgar a los ministros socialistas los epítetos de machistas frustrados o de machotes. La vehemencia de las palabras de Iglesias resulta llamativa y, además, se ha mostrado más como alguien que sale en defensa de su pareja que como un político que quiere apoyar el documento presentado por la ministra Irene Montero. Con tales dardos, el de la cartera de Justicia se ha visto obligado a capear el temporal para que no se le quede el sambenito de machista. Los otros señalados, de momento, han optado por el silencio o por procurar reconducir las aguas turbulentas. Pero hay más muestras de lo dicho. Así, se puede citar la de las situaciones en las que se está en desacuerdo o se critica al PSOE o a UP por lo que sea, aunque se haga desde una perspectiva de izquierda. Si nuestro interlocutor es partidario de alguna de esas organizaciones o, sobre todo, si pertenece a ellas, no hay que extrañarse de que ante la discrepancia te suelten que te estás derechizando -arrogándose una superioridad de moral política- o, si hay apasionamiento en el debate, que eres un facha, lo que, evidentemente, para la mayoría no son piropos deseables. Ser un librepensador que manifiesta lo que piensa y siente no es fácil, tiene su precio; pero es muy reconfortante sentirse a gusto con nuestra conciencia y convicciones.

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