QUE levante la mano quien no haya sustraído nada de una habitación de hotel al hacer la maleta para marcharse. Ni una sola mano salta en respuesta a la interpelación. Natural: la cuestión ya se ha planteado en un estudio sobre hábitos de los usuarios españoles y el resultado es exactamente ese. Todos reconocen, reconocemos, haberse llevado alguna vez artículos de las habitaciones de hotel.

Prácticamente ocho de cada diez españoles han ido más lejos. Confiesan que no es que hayan mangado algo ocasionalmente, sino que lo hacen de manera habitual. Lo suyo no es antojo, sino costumbre, y en general estos hurtos no provocan en sus protagonistas ningún problema de conciencia ni malos rollos. La prueba es que lo admitan en una encuesta, con lo embusteros que son los españoles, siempre predispuestos a contestar lo que creen que espera escuchar el encuestador. La mayoría ahuyenta el posible sentimiento de culpa declarando que los hoteles ya cuentan con estos robos, otros creen que esos productos están incluidos en el precio de la habitación.

Los objetos más demandados por este subsector de rateros de habitación son los jabones y botellitas de champú, costureros y zapatillas de baño. Resultan manejables y coquetos y tienen el atractivo de las baratijas. Mientras se recogen las pertenencias propias del cuarto de baño nadie se resigna a no echar mano de estas fruslerías y meterlas en la bolsa de aseo. El kit de baño es tentador, en efecto, y ya dijo Óscar Wilde: "Puedo resistirlo todo, menos la tentación".

No se considera anormal esta querencia por los artículos hoteleros, ya digo. Parece como si entraran en el precio, de modo que todo el mundo cree que se los puede llevar. Un mecanismo psicológico parecido funciona en relación con los desayunos: es muy difícil encontrar un español de mediana edad que habiendo pagado habitación más desayuno se modere ante del bufé. Lo normal es que se ponga ciego. Nadie desayuna en los hoteles como en casa o en el bar habitual. La excusa es que se está fuera de la rutina; la verdad, que se quiere rentabilizar el dinero desembolsado.

El género más codiciado del articulado hotelero son los albornoces y las toallas. Ocupan más espacio en la maleta, cierto, pero también son más valiosos y útiles. Un clásico de la picaresca nacional-hotelera lo constituye el saqueo del minibar, que se suele producir minutos antes de abandonar la habitación y saldar la cuenta. Luego se pasa el leve trance en el que el recepcionista pregunta, con simulada candidez, si se ha consumido algo del minibar esa misma mañana, el cliente responde que no y se precipita hacia el taxi para desaparecer raudo. Pero esto los hoteleros también lo saben.

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