Siente vergüenza por compartir su vida con un machista?" -pregunta Pedrosa a Montero alcanzando el clímax máximo de orgullo de sí misma por ser capaz de saltarse las mínimas condiciones de respeto que exige un Congreso de Diputados. Pero no sólo eso, además consigue alcanzar el sueño de ocupar titulares en diferentes medios de información, dándose a conocer incluso en Alicante, su tierra.

Sirva este incidente del pasado día 21 como botón de muestra de las numerosas "lindezas" que últimamente protagonizan las señoras y señores diputados, dejando, entre los millones de personas que no vivimos del juego político, esa sensación de vacío, frustración e impotencia… Y por cierto, ahora que lo pienso, ese desengaño generalizado, esa ausencia de ilusión en el futuro de España y esa predisposición al odio entre los grupos, desaparece si se cuenta con un chivo expiatorio que cargue con la culpa. Es una suerte que ya cuenten con uno en el Gobierno central:

La culpa la tiene Sánchez por no tomar las medidas necesarias para cortar la pandemia en Madrid, pero también la tiene si deja esta regulación en manos de Ayuso.

La culpa la tiene Sánchez por permitir que todavía estemos sin una nueva Ley de Educación, pero también la tiene porque el borrador de la misma no convence a las familias, impidiendo el acuerdo.

La culpa la tiene Sánchez al regular el toque de queda, pero también la tendrá si no lo hace.

La culpa la tiene Sánchez por alabar al Papa cuando éste ha denunciado los neoliberalismos y los populismos, pero también la tiene por inmiscuirse en cuestiones religiosas…

Está claro que hasta que no se encuentre un culpable, la vida política y social no sale del desasosiego. Se señala con el dedo acusador al otro, asemejando la culpa con la responsabilidad y ésta se escurre como arena entre los dedos de los mediocres.

Buscar un culpable siempre será más fácil que asumir responsabilidades, más cómodo que autoanalizarse… Ésta debe ser la (burda) razón por lo que, en política, se haya convertido en la senda a seguir: la elegida por los cobardes, irresponsables y pendencieros que hoy se sientan en las bancadas del Congreso con corbata o sin ella y nos representan sin pudor alguno. Éste es el modelo, el patrón ético que se va enseñando a los más jóvenes y osan llamarlo democracia.

Nos estamos equivocando. Si aprendiésemos a culpar al cha cha cha (que cantaba Gabinete Caligari el pasado siglo), acabaríamos siendo expertos en sembrar y cosechar amor.

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