Buitres

La curiosidad morbosa tiene algo adictivo para quienes gustan de descender a las cloacas más nauseabundas

No son de ahora el interés enfermizo por los crímenes horrendos ni la búsqueda o la demanda de detalles escabrosos por parte de los reporteros o del público que los sigue, del que puede afirmarse cualquier cosa salvo que sea minoritario. En España solemos preciarnos de que no existan tabloides similares a los que se venden por millones en países como Gran Bretaña o Alemania, pero es evidente que esa línea que calificamos de amarilla o sensacionalista -se habla también, con toda propiedad, de periodismo basura- está presente en el tratamiento de la información sin necesidad de que existan cabeceras especializadas. Lo novedoso sería que en nuestros días, gracias a la celebrada interactividad de las herramientas digitales, cualquier particular sin escrúpulos puede contribuir al estercolero con su granito de arena.

El respeto a la memoria de las víctimas y al sufrimiento de sus familiares debería ser la norma en casos -llamarlos casos, aunque lo sean en la jerga policial o periodística, parece ya indeliberadamente ofensivo: cualquier palabra neutra se vuelve inadecuada o insuficiente- que sacuden la conciencia de todo el mundo, pero desde Jack el Destripador sabemos que esa sacudida convive con sentimientos innobles como la curiosidad morbosa, que tiene algo adictivo para quienes se complacen en descender a las cloacas más nauseabundas, o la estúpida fascinación por los criminales. A ellos apela una forma despiadada de informar, sólo atenta al hallazgo de material sensible, que no se impone cortapisa ninguna, en teoría inspirada por la repulsa pero incapaz de manifestar un mínimo de compasión hacia los protagonistas involuntarios -no han elegido los focos- de pesadillas retransmitidas en directo.

En un excelente libro de memorias, Experiencia, contaba el novelista Martin Amis la tragedia añadida que supuso para su familia el tardío descubrimiento de que su prima Lucy Partington, dada por desaparecida veinte años atrás, había sido una de las víctimas de un célebre asesino en serie. La tristísima historia es uno de los temas recurrentes del libro y el propio modo en que nos la cuenta, como haciendo un esfuerzo sobrehumano, da una idea del doble o triple drama -si contabilizamos el asedio de la prensa- que padecieron sus seres queridos. Atraídos por la rentabilidad mediática del suceso, los "mercenarios" creían tener derecho a interrogar a los parientes o especulaban -puede, quizá, es probable, etcétera- con toda suerte de conjeturas indemostrables. "Buitres del dolor", los llamó la hermana de Lucy, Marian, en un conmovedor ensayo donde hablaba, ya desde el título, de rescatar lo sagrado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios