Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Buen trabajo

Mi aita me enseñó a transitar por este mundo sin molestar a nadie y le estaré agradecido todos los días de mi vida

Me hubiese hecho falta que aguantaras un poco más. Me encantaría que hubieras visto lo bien que me va por aquí y, aunque estoy seguro de que te hubieras quejado del vértigo, ver las marismas desde la terraza de nuestra casa. La cabeza te dijo basta y ahora descansas. Lo de antes era puro egoísmo, ésto te lo has ganado. Estoy seguro de que me escuchaste, pero la última vez que te vi, te lo dije. Habías perdido el color que siempre tenías en la cara, pero tenías un gesto amable, el que jamás perdiste. Le pedí un minuto a ama, te sujeté las manos debajo de la tela de seda blanca y te dije que habías hecho un buen trabajo. Y es verdad. Nos enseñaste que por la vida hay que ir con honradez y honestidad, aunque a alguno se lo digas hoy y se despeñen de la risa que les entra; que el trabajo es más que algo para ganar dinero y que hay que hacerlo con ganas y dar todo lo que tienes y que tu familia es lo más importante de todo. Que en este mundo está uno de paso y es mejor transitar de puntillas y sin molestar a nadie. Que nadie es mejor que nadie y que todos tenemos nuestra dignidad encima. Me enseñaste que con una frase puedes desarmar a quien tienes delante si eres capaz de provocarle una sonrisa y tú lo hacías constantemente; entre las que te inventabas tú y las que te enseñó la amama Gregoria, tengo para todo lo que me queda de vida. Me sacaste muchas veces del agua de los pelos cuando todavía no sabía nadar y cuando me enseñaste, tardé varios años en comprobar que tú también sabías; me llevo esa imagen tuya metido hasta las rodillas en la playa sin quitarnos el ojo de enima. Me llevaste a San Mamés por primera vez, con Aitor, cuando teníamos apenas seis años y me ayudaste cuando me hice socio; el mejor regalo de Navidad de mi vida. Todavía sigo con eso metido en vena y no tengas cuidado, que no se me pasará y eso que tú lo pusiste a prueba muchas veces cuando después de un partido bajo la lluvia que nos habían cascado, nos recibías a la puerta de casa con un "¡qué malos son!" que despertaba nuestros instintos asesinos.

Me dijiste cuando todavía eras tú que cuidara de ama. No te preocupes, lo haré. Le daré dentro de poco ese viaje que tú no pudiste disfrutar. Eva lo ha preparado todo para que esté como en su casa. Y tampoco te apures que no te voy a olvidar. Es imposible. Recordaré a quien fuiste, no en quien la enfermedad te convirtió, aquel que me puso en este mundo y que me ayudó a transitar por él hasta convertirme en lo que soy, con lo bueno y lo malo que tengo. Lo hiciste bien, aita, muy bien.

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