Silla de palco

Antonio Mancheño

Brotes verdes

LA comparecencia de Elena Salgado ante los medios de comunicación ha sido un ejercicio de florida evanescencia y una puesta en escena de sus recursos diplomáticos. A la vicepresidenta segunda del Gobierno y responsable de la cartera económica del país, en horas bajas, tensas y desaceleradas, se le ha ocurrido asirse a una metáfora vegetal,campestre y enjundiosa.

En ese plan trazado para el estímulo y reactivación de los sectores productivos en decadencia, ella observa un renacer del horizonte y, asimismo, se atreve a visionar "brotes verdes" en esta situación pauperrima, donde el Banco de España sólo ve nubarrones, el Premio Nobel de Economía, confusionismo, y el significativo dignatario español en la Union Eropea Joaquin Almunia, un batacazo de mil pares de huevos y otros miles de parches camelistícos, con que ir dando carrete al personal, mientras las colas del Inem se convierten en serpientes marínas y el déficit estatal supera el Everest de sus cifras hitóricas.

Todo parece conducir a O´Neill en su monólogo testamentario: "Dicen que existe paz entre los verdes campos del Eden. Hay que morirse para comprobarlo". Sentencia pertechada de un cierto halo de melancolia que centra el dilema bucólico en esa máquina de roturar el desempleo y hacer que la raíces se pudran y endurezcan con herrumbre en su alma.

Nadie, hasta ahora, sabe como abonar el surco para paliar esta sequia, ni nadie sabe abrir el cauce que inunde su empobrecida sequedad. El páramo se ha convertido en ese, día tras día, de altiva peonada al relente e irrevencia social. Sé pinchó el sueño y amaneció la vida con su espectro cruel.

Aquel sumiso cuento de nuestra"fortaleza financiera"ante los poderosos dioses del dinero y su espectacular caída se ha movido en esos bastidores bancarios donde aparentemente España era una isla, ajena a Wall Strett, piratería mundial de los mercados y cambios de divisas.

Nos importaba un bledo aquellas hipotecas basuras y sus irrigaciones en Europa. Se nos decían y repetían que eran los agoreros, los quitacolumnistas del Gobierno, los que combaten en las trincheras de la demagógia, quienes hacían furtivismo con el Estado del Bienestar. Y sucedió lo que tenía que suceder. Nos mintieron y, encima, difamaron.

Cuando ese cordobés, enjuto y luminoso, Antonio Gala, describió en su libreto la misión del "teruño" como liberación de la angustia vital de nuestro tiempo, lo que hizo fue retomar los valores de aquellos "verdes campos de un Eden que pastorean en la humildad, la dignidad, la libertad y el amor posesivo a cuanto le rodea, como expresión inédita de una inocencia que el tiempo ha mancillado".

No podemos seguir por las sendas umbrias de un Gobierno a la desesperada que, en su descomunal eufória, no supo atesorar el grano, ni encuentra otro reclamo que el tópico silvestre de unos brotes de cuyo nacimiento nada saben las gentes del sudor y la azada y aún menos, miss flowers, la agreste majestad del olmo en primavera.

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