Britannia

Lo peor de los repliegues identitarios es que tienden a ser disolventes, en lugar de aglutinadores

Es difícil no pensar que buena parte de los problemas actuales de Gran Bretaña, la insólita inestabilidad política, los signos de declive económico e incluso la crisis de identidad, que ya es decir, hablando de una nación tan segura y orgullosa de todo lo suyo, provienen del error del Brexit, no por anunciado menos lamentable. Aunque fuera un primer ministro conservador quien promoviera la temeraria iniciativa del plebiscito, jugando con el fuego de una opinión pública enardecida por los demagogos, y sus sucesores del mismo partido -tres en sólo seis años- no hayan hecho nada bien desde el momento de la ruptura, las responsabilidades del estropicio están muy repartidas. Pasando por alto a la facción más ridícula y rabiosamente eurofóbica, hoy reducida a la marginalidad de la que nunca debió salir, tampoco los laboristas, instalados en la ambigüedad, se esforzaron en su día por aportar sensatez a un debate oportunista, contaminado por los argumentos especiosos -basados en cifras falsas- y las emociones viscerales. Desde el principio se advirtió que si la salida de la Unión era mala para el resto de los europeos, peor aún lo sería para los británicos, que una vez emancipados de los "burócratas de Bruselas" no han visto ni una sola de las supuestas ventajas voceadas por la propaganda separatista. La ensoñación de un reforzado liderazgo internacional por el que la antigua titular del Imperio, volviendo a los añorados días del "espléndido aislamiento", se vería libre de las cadenas, ha resultado tan vana como era de esperar, salvo para los paladines del thatcherismo impenitente que pretendían competir con los llamados "tigres asiáticos" aplicando las conocidas recetas ultraliberales, tan conocidas que no han convencido ni a los mercados. "Este es un gran día para la libertad", parece ser que dijo el fulminado exministro de Economía -coautor de un libro manifiesto, Britannia Unchained, donde también participaba la dimitida premier, un desastre sin paliativos- en vísperas del hundimiento de la libra. Ya nos sabemos la música, ese haremos de nuevo grande a la nación que en las Islas remite al Rule, Britannia! de la canción patriótica -"Britons never will be slaves"- y los viejos buenos tiempos de la Albión enseñoreada de los mares. La triste realidad, sin embargo, apunta a un reino cada vez menos unido donde gana enteros la desafección de Escocia y renace la de Irlanda del Norte. Lo peor de los repliegues identitarios es que tienden a ser disolventes, en lugar de aglutinadores. Frente a lo que repiten los partidarios de las esencias y el atrincheramiento en las fronteras nacionales, parece claro que más soberanía no implica mejor gobierno.

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