Miró hacia los botones de su camisa y se cercioró de que todos eran idénticos y descansaban sobre una tapeta perfectamente planchada. El orden le obsesionaba y también la limpieza. El alemán aborrecía que los niños no fueran a la escuela y que las piaras de cerdos anduvieran por las calles. Salió al balcón de su hacienda y contempló el horizonte. Desde allí alcanzaba a ver la marisma entera mientras el sol se ponía sobre la ría. Frente a él, mientras huía la luz, los obreros recogían sus herramientas tras un duro día de trabajo rellenando caños y colocando traviesas. Las obras de su ferrocarril avanzaban a buen ritmo. Había redondeado su negocio vendiendo la línea a la MZA y el gobierno ya había concedido los terrenos para construir la estación. Se llevó a la boca su habano -uno más de los que Doetsch había traído de Londres en su último viaje- y levantó su copa de Bouvier-Frères brindando con el sol. En sus ojos verdes anidaba ese destello que solo dan el poder y la ambición.

Desde muy joven tuvo facilidad para imaginar el futuro, así que pudo ver delante de él, como si ya estuviera construida, su imponente estación: esa puerta al progreso, a la modernidad, a la riqueza, al mundo…, que sacaría a la ciudad de Huelva de su abandono y su postración. La veía robusta, estable, revestida con la nobleza y reciedumbre del ladrillo, no exenta de ornato conforme a la moda historicista y acorde a la alta misión que estaba llamada a desempeñar. Se hablaría de ella en El Imparcial y en La Correspondencia de España. Su imagen se convertiría en un grabado coleccionable de La Ilustración Española y Americana e, inmediatamente, en un icono de la ciudad, a la que ya llegarían visitantes de cualquier nacionalidad para emprender el tour que empezaba en La Rábida y terminaba en las minas de Riotinto.

Así lo imagino. Como, por mucho que haya ardido su tejado, me niego a hacer un réquiem por la antigua estación de tren, y aunque no tengo una botellita de Bouvier-Frères en la nevera, voy a levantar una copa en su honor -mismo que sea de agua mineral con gas- con el firme propósito de no olvidar nunca, de acordarme de todos los que, durante décadas, digan ahora lo que digan, han mirado para otro lado o han utilizado demagógicamente la defensa del patrimonio histórico de Huelva; de todos los técnicos que han dado por muerto lo que no lo estaba a mayor gloria del valor de su metro cuadrado; de todas las empresas, administraciones y particulares que construyeron edificios nuevos en lugar de rehabilitar los antiguos; de todos los especialistas de pacotilla que intervinieron en el patrimonio de la ciudad con restauraciones desastrosas; de todos los inspirados que remodelaron lo que no había que tocar y de todos los que sistemáticamente han despreciado lo que, por ignorancia supina de su historia, no han sido capaces de valorar.

Mientras ahora todos se reparten culpas a diestro y siniestro, solo debería importarnos una cosa: recuperar, rehabilitar y devolver a la ciudadanía la antigua estación.

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