Lo confieso, soy un pecador. Tengo cierta tendencia a incumplir los mandamientos, sobre todo cuando voy al volante. No es que sea un conductor histérico, que depende del día, es que tengo cierta tendencia a patrocinarle las vacaciones de verano a los ayuntamientos de las ciudades por las que paso y a la Dirección General de Tráfico. En mi época en Córdoba tuve a sueldo al encargado de la zona azul donde aparcaba y tan bien le iba que hasta en los días tormentosos tenía la deferencia de dejarme una carta de amor en el parabrisas del coche para recordarme lo agradecido que me estaba. Yo soy así. Mi generosidad me puede y tanto le ayudé que debió comprarse el mejor chubasquero del mundo. Fue tanta mi bondad para con los demás que mi mujer optó por comprarme un bonobús y ponerme una parada debajo de casa. Mejoró nuestra calidad de vida, la del encargado del parquímetro no.

En Huelva no padezco esos problemas porque el coche lo cojo los fines de semana y días de guardar y además duerme resguardadito en su plaza de garaje. Es por ello que desconozco lo que cuesta la zona azul y los horarios que aplica. Eso no quiere decir que no haya contribuido a su buen desarrollo, ya que en Punta Umbría debí coger de vacaciones al de Córdoba y ahí alguna que otra ha caído. Y tocó pagar. Igual que esta semana a la DGT, que me ha recordado en noviembre que fui feliz en verano en Cádiz y me ha regalado sendas ronchas para pasar aún mejor la cuesta del mes de noviembre. Diligente, las he pagado. ¿Total, a quién le apetece tomar nada en la calle ahora que empieza a llover?

Y con la tarjeta tiritando y más tieso que una mojama veo que tenía que haberme mudado a Huelva mucho antes, ya que aquí el verbo pagar zona azul se conjuga en segunda o tercera persona. O se ha conjugado así durante años. Estoy debía ser lo más parecido a una barra libre de fin de año. Tú consume que no se acaba, podía ser el lema. Pero a toda barra libre le sigue su resaca, que en este caso llega con bastante retraso. Porque ya ha llegado el tío Paco con la rebaja y nos ha recordado que eso de dejar el coche donde se quiera sin pasar por caja está feo. Que cuando uno hace uso de la zona pública tiene que retratarse. Y así le ha pasado a más de 20.000 onubenses, un 13% del total, a los que en estas últimas semanas les han llovido reclamaciones de cuando llevaban pantalones cortos y se acababan de sacar el carné de conducir. Parece ser que en el Ayuntamiento periquista alguien se olvidó de tramitar las ronchas y ahora le toca al gabrielista dar la cara ante las quejas.

Como era de esperar, los afectados por la medida han creado una plataforma y buscarán negociar un arreglo, algo lógico si no se quiere tener que empeñar el piso para cumplir con la Hacienda local. La propia Mariuca Villadeamigo le ha dicho a los onubenses que recurran. Generosa la concejal, que realmente no tenía otra salida. Que en tiempos como los actuales estas cosas del bolsillo son las que luego se dejan notar en las urnas. Y no está el patio para juegos.

Les dejo, que estoy viendo la grúa y no me fío un pelo.

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