Bailando

El lenguaje puritano combina el sectarismo con los tonos de un curso infantil de catequesis

El supuesto escándalo protagonizado por la primera ministra de Finlandia, grabada cuando se divertía bailando con unos amigos, ha dado pie a encendidas defensas que no se limitan a señalar lo obvio, es decir que los políticos pueden emplear su tiempo libre del modo que mejor consideren y sin dar explicaciones a nadie, siempre que no infrinjan la ley, naturalmente, del mismo modo que cualquier otro ciudadano. Los oportunistas de guardia se han apresurado a explicarnos que eso, la denuncia o hasta el acoso de la caverna, le ha pasado por ser joven, mujer y progresista. "Los rojos y las tías tenéis que pasarlo mal y sufrir", ha escrito, tirando de gruesa ironía, el portavoz del partido que propone dialogar con los invasores de Ucrania, que no es por cierto la posición de la brava primera ministra ni la de la gran mayoría de su país, donde saben bien cómo se las gastan los vecinos de la antigua Unión Soviética. El cacao mental del portavoz podría explicarse si tratara de remedar, como parece su intención, las burdas simplificaciones de los populistas de signo inverso, pero lo cierto es que unos y otros se han acostumbrado a explicarnos la realidad en un lenguaje que combina el sectarismo con los tonos de un curso infantil de catequesis. "El patriarcado europeo pone en marcha una caza de brujas", leemos en otro medio, titular estupefaciente que no precisa de mayores comentarios, y la portavoz del Gobierno de España incide en la misma idea. ¿De verdad no habría críticas si se tratara de un hombre? Todos recordamos sucedidos similares, o sea igualmente banales, en los que las víctimas de la indiscreción y el reproche de los amargados -gente resentida, envidiosa o insatisfecha- han sido varones de mediana o avanzada edad, en muchos casos políticos conservadores de las naciones anglosajonas o de todas aquellas donde las iglesias reformadas han contaminado a sus habitantes, sean o no creyentes, de un puritanismo que condena la más mínima licencia. Los propagandistas del tirano ruso, por supuesto, cuyos sugerentes posados son bastante más obscenos, han aprovechado el desliz para descalificar a la primera ministra y no es difícil suponer que la pondrán como ejemplo de ese Occidente degenerado del que habla el inefable patriarca Cirilo. Tampoco cuesta imaginar la opinión que se habrán formado los dirigentes de otros muchos países en los que un episodio semejante, es decir protagonizado por una mujer, no necesariamente joven ni progresista, resultaría literalmente impensable. Pero de esto no hablan los portavoces, cuyas filas están llenas de otra clase de puritanos que compiten con los de siempre en llevarnos por el recto camino.

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