Ya estoy vacunado, no contra la Covid-19 sino frente a la agresividad y la ausencia de ética, además de respeto institucional definitivamente demostrados en el Congreso, durante las renovaciones de los plazos de alarma y las sesiones de control al Gobierno. Y es así porque tuve la gallardía de tragarme la jornada completa del pasado miércoles en televisión. Aclarado esto y con la tranquilidad que da la inmunización, sí que procedo a hacer un breve ejercicio de autoestima, eso que en otras ocasiones he titulado como "olfato político".

Y es que no hace mucho, anuncié que habría confrontación ideológica, un poco antes comenté que íbamos camino de pasar de ciudadanos a súbditos y la pasada semana, hablé sobre el interés en trabar el partido, en la seguridad de contar con el caserismo arbitral. Pues bien, el otro día, todo ello fue evidente para desgracia de España y de los españoles. El Gobierno, con el presidente a la cabeza, se instalan en la convicción de que todo lo hacen bien en esta situación de crisis y que cualquier crítica a la gestión, comisión de errores o decisiones políticas, se convierte en afrenta, insulto, crispación y odio, entrando de lleno en el axioma de atacar para defenderse y, para ello, no repara en hacer lo contrario de lo que pide, mentir tanto como haga falta, ocultar lo que sea preciso o no contestar siquiera a las preguntas que se le hacen. Item más, si se ven levemente arrinconados, se convierten en adalides de la pureza democrática porque ellos deciden quién es o no demócrata -Cs ya no es "trifachito" y Bildu o Podemos, son paradigma de paz o defensores del "sistema"- no sé en qué se fundamentan los criterios para demonizar a una facción y no a la otra. Cuando se dan en plazos muy limitados de tiempo distintas versiones de un mismo incidente por el protagonista del hecho, el crédito se pierde, y es entonces cuando se pone en marcha el ventilador que, en este último caso, es el más ruin, desagradecido e irresponsable de los posibles, señalando desde distintos cargos de máximo nivel, algo que saben ya hoy no existe más que en la mente de quienes hoy dirigen de verdad el país y cuya ilusión, esto sí es cierto, sería finiquitar la Transición, el modelo constitucional y la separación de poderes.

Por no reconocer un teórico error, no se puede poner en juego la estabilidad emocional de los ciudadanos de bien y la honorabilidad de un Cuerpo de seguridad que salva vidas de ciudadanos anónimos y cuya divisa es el honor. Por eso, la pregunta de la vicepresidenta: ¡En qué están!, a la oposición, debería hacérsela a sí misma y por extensión, a sus socios. Ahí está la clave, y atentos al decreto del martes.

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