Siempre lo he escrito: hay que dudar del sentido de la democracia que tienen muchos ciudadanos y también bastantes políticos. Quienes confiaban en el liberalismo de Ciudadanos, se habrán visto decepcionados -lo cual no nos sorprende- con sus incompatibilidades éticas cuando necesitan de otro partido para llegar al poder, aunque sea compartido. Siempre dudamos de su invocación liberal de cara a la galería y de sus conceptos democráticos respeto a los designios de las urnas. A los socialistas, en su característico mal perder, no les cabe más que asustar a la gente: "¡Que viene la ultraderecha!". Es la fácil coartada, la coacción manida. Ahora sólo cabe la disculpa en que la trampa en la que cayó el presidente Sánchez, con el apoyo de los nacionalistas catalanes, vascos et alia, la han pagado ellos. Resulta llamativo -aunque tampoco nos sorprenda- que cuantos ahora critican al Gobierno anterior, los corifeos mediáticos del susanismo, tertulianos y articulistas de turno, lo silenciaran durante la campaña electoral. Unos y otros nos deparan una visión patética de la situación.

No todo vale para contrariar las razones del adversario político. Quienes no tienen más discursos ni más argumentos que demonizar y criminalizar a los que no piensan como ellos sin tener en cuenta que los ciudadanos con su voto pueden elegir libremente a quien quieran, están burlando la autenticidad democrática. No se entienden demoras cediendo la responsabilidad al postureo -esa expresión horrible-, a los devaneos inútiles -hablemos de Marín, al servicio dócil de la expresidenta en la anterior legislatura- y los apoyos imposibles ante un cambio que se considera histórico y la oportunidad de hacer valer las reglas de un legítimo ejercicio de pura democracia. Porque a la hora de hablar de fascismos no hay fascismos más cercanos que el nacionalismo, que es claramente inconstitucional. Y con ellos se negocia.

De eso se trata cuando se plantea como una suerte de chantaje de parte a parte. A unos les sirve para valerse de un Gobierno débil al que se domina con el pretexto del diálogo, un singular espantajo para mantener sus imposiciones y para los otros seguir conservando el poder cueste lo que cueste. A ellos no, a los españoles y a los catalanes que se sienten como tales. Y no les importa humillar la dignidad de los españoles y de la propia institución, falseando la Constitución con un eufemismo llamado "marco de seguridad jurídica". Que un blindado Consejo de Ministros se celebre bajo la protección de miles de policías, coartando la libertad de miles de ciudadanos, asediando y colapsando toda una ciudad, es tan inquietante como mendigar, cual menesteroso pedigüeño, una reunión o minireunión -minicumbre o cumbre bilateral como la calificaba el gobierno nacionalista- con la Generalidad que impone sus condiciones. No cabe mayor ignominia para un gobierno. Es lo que hay.

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