Miles de pueblos de España, por encima de tantas ideologías llenas de contradicciones, ocultando sus verdaderas raíces por vergüenzas partidistas políticas, por vivir una democracia falsa, hoy se olvidan de todos y entre música, charangas, bailes, fiestas populares, y sobre todo procesiones de carácter mariano, están viviendo sus fiestas mayores de cada año.

Por muchas presiones que existan, por muchos esnobismos del momento, por muchas interpretaciones que quieran dársele, el pueblo sencillo vuelve siempre a su autenticidad, sin ropajes exteriores y mentales, para vivir sus celebraciones al calor de sus tradiciones más fuertes, paseando entre el clamor popular a sus imágenes queridas, arropadas con esa devoción que sigue, pese a muchos, latiendo en sus corazones.

Cuando el alba del pasado domingo nacía, en lo más alto de Huelva, en su corona mariana del Conquero, volvió al relumbrar, como recuerda la eterna letra del más bello fandango de Huelva, una imagen de Virgen chiquita que más que aurora es sol para los onubenses. Entre el abrazo compacto de una multitud que acudía a su cita anual, nuestra Patrona iniciaba la bajada de ese cielo onubense entre el ocre de los cabezos, el azul del firmamento y la línea lejana de la ría del Odiel firmando el momento.

La tradición volvía a repetirse y entre el son bello, monorrítmico y amoroso de los Campanilleros, la Virgen de la Cinta era llevada a hombros de todo un pueblo que de siglos la venera como Patrona celestial.

Y para acogerla la grandeza espiritual del templo catedralicio, en este veinticinco aniversario de la visita de un Papa Santo que se postró ante ella en un altar que cautivó a San Juan Pablo II, en palabras por él corroboradas, que pasaron a la memoria de un orgullo onubense que no olvidamos.

Se aproximan los cultos Patronales. La llega la cita de unos días en que la Hermandad de la Virgen se ata fuertemente con esa cinta de devoción sincera con todo un pueblo que acude a verla, visitarla y ofrecerle todo ese sentido religioso y devocional en flor eterna ante sus plantas.

Ya Ella está con nosotros. Más cerca, acariciada por la brisa de un barrio marinero, mecida por el vaivén de la hojas de palmeras ya centenarias, muchas de ellas y sobre todo por ese ambiente choquero que es sentimiento de verdad y amor a la Madre de Dios.

Siempre he creído que cuando se acerca septiembre, el cielo, ese cielo del amor a nuestra Patrona, está más cerca de nosotros. Solo tiene un motivo: Ella ya está con nosotros, en el altar urbano onubense.

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