Visiones desde el Sur

Auschwitz (y VII)

Para desgracia de la humanidad, solo hay que seguir la senda del dinero, a costa de lo que sea

El siete es un número cabalístico, según dicen. Así pudieron entenderlo Hipócrates, Pitágoras, Dante Alighieri y otros muchos. En la misma Biblia, el número siete se repite la friolera de -al parecer, no los he contado- 735 veces.

Bien. Estamos en la séptima entrega de esta serie de artículos que, tomando como base a Auschwitz, me ha permitido hablar sobre el horror. Sobre el espanto de lo ocurrido en los campos de concentración y/o exterminio nazis, y hacer alusiones comparativas con el presente, es decir, con algunos -solo algunos- lugares en donde en estos momentos, se detiene a seres humanos sin orden judicial alguna, se les tortura e incluso se les mata.

No se asuste, no. Estas cosas ocurren a día de hoy con total impunidad en muchas partes del mundo y todos los servicios de inteligencia son conscientes de ellas y, se supone -solo se supone-, que los gobernantes de dichos países también.

Veamos. Parémonos unos instantes a reflexionar sobre lo dicho hasta ahora. Al final, y mira que es fácil, para desgracia de la humanidad, solo hay que seguir la senda del dinero, del capital, de la gestión del maldito dinero, es decir, de la obtención de grandes cantidades de dinero a costa de lo que sea, incluso de la muerte de millones de personas inocentes. Por esa razón y solo por esa, se declara la guerra, se ocupan territorios, se hacen miles de cárceles, muchas de ellas de gestión privada; sí, he dicho de gestión privada, como las existentes en EEUU (mire también el Candy Crush norteamericano) para introducir en ellas a presos, cuantos más mejor, ya sean estos delincuentes comunes, presos de guerras o inmigrantes.

Pero, la extensión que ocupa ya este impulso por conocer e indagar sobre tales materias, rebasa ya en mi ordenador las cuarenta páginas, por lo que si voy publicando 2.456 caracteres con espacio, que es lo que ocupa esta columna, jamás finalizaré este propósito.

Así que he decidido que esta disertación deberá trasladarse a una especie de monólogo, que no sé si verá la luz alguna vez o se quedará en agua de borrajas, como esa multitud de cosas que los que nos dedicamos a aporrear teclas, disponemos en nuestros archivos.

Espero, no obstante, que el lector interesado pueda seguir indagando por su cuenta en la materia, dado que lo que encontrará, de seguro, le hará regurgitar de asco, de pena, de impotencia y de vergüenza.

¿Cuánto vale la vida de un ser humano, entonces? Pues, contéstese usted mismo.

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