Tengo la impresión, por el alud de ideas que se me vienen encima y rodean el magín en forma de caballos desbocados, que esta serie de artículos es cuento largo; espero que no tanto como el libro de Günter Grass así titulado que acabó teniendo más de seiscientas páginas y que leí otrora con fruición de diletante.
La maldad parece formar parte del gobierno de las cosas como algo intrínseco a ella decía, y tiene tendencia a expandirse como un tenebroso virus que epata a una sociedad dada dejando en manos de un individuo todo el poder -también la gloria, según ellos-, con el que someterá a los demás de manera despótica y, cuando menos lo conjeturas, incluso, ha creado una dinastía mediante la cual la toma de decisiones se transmite de manera hereditaria o consanguínea como si el ejercicio de la cosa pública y el buen gobierno, se trajera en los genes, en la sangre o en las gónadas, y los demás hemos de tragarnos o soportar dichas circunstancias tal que si un manto de absurda idiocia generalizada hubiera caído sobre nosotros impidiéndonos pensar de forma racional.
Sé que a algunos lectores les parecerá una barbaridad lo que estoy diciendo y puede que me la escupan en la cara en cualquier momento, pero el estudio, la reflexión, la lectura y las visitas que voy haciendo en este peregrinar que me he impuesto, es lo que me dan a entender, aunque no hay duda alguna de que eso es la vida y no otra cosa, un andar y andar hasta que los pies se paran, en seco o lentamente, no importa.
Pero no pensemos que de lo que hablo ocurrió en el pretérito. No, no. Esos lugares que visito, como este de Auschwitz, con otras dimensiones, otras formas, otros espacios, se desarrollan como metástasis imposibles de controlar en cualquier parte del mundo, en cuanto una célula tumoral comienza a expandirse y no se interviene inmediatamente la excrecencia con el laudo quirúrgico adecuado basado en leyes democráticas amparadas por el derecho internacional.
Los denominados campos de concentración y/o de exterminio son solo la esencia del horror, de la cosificación del individuo, de la anulación de los atributos y derechos inherentes al ser humano a través de una maquinaria perfecta ideada por los nazis en este caso, pero, no lo dude, hay muchas otras formas de despojar a las personas de los mismos, y de esas iremos hablando poco a poco porque existen muchos lugares a día de hoy con la misma finalidad aunque no se llegue a tales extremos. (…)
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