Arresto domiciliario

Ya hay gente pidiendo un nuevo confinamiento. ¿No conocen nuestro hartazgo? ¿No han oído hablar de las cifras del paro?

El verbo confinar tiene una inequívoca connotación carcelaria. Una de sus primeras acepciones -ya recogida en el Diccionario de Autoridades- lo identificaba con el destierro a un lugar apartado. Y antes de la pandemia todos habíamos oído hablar de las celdas de confinamiento, que eran la forma eufemística de denominar las celdas de castigo de una cárcel. Después llegó el confinamiento de marzo de 2020, cuando este planeta vivió uno de los mayores experimentos de ingeniería social que hemos conocido. No sabemos si aquel confinamiento sirvió de algo, porque los medios de comunicación nos metieron el miedo en el cuerpo y nos obligaron a aceptarlo con la cabeza gacha. Pero lo que ahora sí sabemos es que causó una terrible ruina económica y miles de casos de depresión que culminaron en oleadas de suicidios. De todo eso -de la ruina y de los suicidios- no se quiere hablar porque exigiría asumir unas responsabilidades que nadie quiere asumir. Y tampoco se quiere hablar -porque eso podría suponer la dimisión de todo un gobierno- del preocupante precedente legal que supuso un confinamiento decretado de forma inconstitucional, y además en dos ocasiones.

Pues bien, sabiendo todas estas cosas, ahora vuelve a haber gente -el gobierno catalán, por ejemplo- que propone introducir un nuevo confinamiento navideño para evitar los contagios. Es asombroso. Y peor aún, es insultante. ¿Es que no conocen el nivel de hartazgo de la gente? ¿Es que no saben que hay millones de personas que dependen de unos trabajos que exigen la apertura de todos los comercios y de todos los lugares de ocio? ¿Es que no han oído hablar de las cifras del paro y de los negocios que se mantienen en pie de milagro? Está visto que no. Y unos burócratas muy bien pagados, que por lo general no encontrarían un trabajo decente en ningún sitio -ni siquiera contando pingüinos en la Antártida-, se permiten disponer de la vida de los ciudadanos sólo para intentar convencer a la opinión pública de que están tomando medidas por el bien de sus electores.

Esta casta de burócratas que viven muy bien a costa de los ciudadanos y que son incapaces de entender cómo funciona la vida de verdad -la vida de la calle que no depende de una nómina oficial- merecerían acabar recogiendo desperdicios en un vertedero. Y ni siquiera estoy muy seguro de que sirvieran.

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